Por Fernando Garrido | En Argentina aún es algo nuevo e improvisado, cuando uno anda por el mundo se da cuenta que acá todavÃa no hemos come...
Por Fernando Garrido | En Argentina aún es algo nuevo e improvisado, cuando uno anda por el mundo se da cuenta que acá todavÃa no hemos comenzado la ruta del placer, lo hacemos como podemos. He tenido la suerte de viajar y hacer cruising más allá de nuestra frontera y les puedo asegurar que un lugar que me voló la cabeza fue TurquÃa, por lo prohibido de todo y porque cuando está prohibido la gente se vuelve más creativa y es más lindo.
Acá en Argentina aunque hay varios clubes, saunas, discotecas y spas exclusivos para la comunidad gay, en pocos se puede practicar la experiencia. Entre otras delicias promiscuas (como darkrooms, laberintos sexuales y sótanos leathers), pasada la pandemia, la oferta básicamente consta de una video cabina en la que se mira una pelÃcula pornográfica y, si el espectador se inspira y tiene ganas, puede usar el orificio que tiene a la mano tanto para dar como para recibir algo. Previo pedido de permiso al vecino, por supuesto, ya que pocos se arriesgarÃan a aventurarse a lo desconocido asÃ, con una parte tan sensible de su cuerpo, y para pactar el uso de condones, si fuera el caso.
Mi experiencia personal:
Cierta vez habÃamos alquilado una quinta con el que era mi pareja en ese entonces. Hicimos una fiesta, una reunión con nuestros amigos y sabiéndonos mamadores a full, armamos los famosos paneles para montar los glory holes, asà nuestros amigos solo ponÃan sus pijas y descargaban pensando que los que chupaban eran personas anónimas para tal efecto (supongo).
Al otro dÃa nadie sabÃa quien se la habÃa chupado a quien. Éramos buenos anfitriones y mi pareja y yo estábamos contentos de nuestro estado clandestino. Algo para recordar.