Por JoaquÃn | Estaba en una tÃpica oscura esquina de Palermo esperando el bondi para volver a casa. Era dÃa de semana, por lo que estaba ya...
Por JoaquÃn | Estaba en una tÃpica oscura esquina de Palermo esperando el bondi para volver a casa. Era dÃa de semana, por lo que estaba ya algo cansado y mi cabeza empezaba a pensar en todo el trabajo para el dÃa siguiente.
Llegó por fin, después de esperarlo al menos veinte minutos. A pesar de esto, iba casi vacÃo. Con cansancio y todo, mi lado pajero está siempre al asecho buscando otros de mi condición, por lo que iba avanzando hacia el fondo del colectivo buscando pibes que me llamasen la atención. No habÃa ninguno de mi edad, a excepción de él. Un pibe fachero de mirada penetrante que estaba sentado en la fila del fondo, contra la ventana del lado del conductor. En la otra punta de esta fila estaba un cuarentón mirando por la ventanilla y con signos de cansancio.
Por miedo a malinterpretar las señales, me puse en el asiento del medio.
Esperaba que algo más pasase, alguna señal más. Y asà ocurrió.
Desde que me senté, me miró de reojo haciendo que lentamente se me pusiera morcillona. Ya no habÃa dudas, era otro pajero como yo. Pero, cómo sentarme a su lado sin despertar sospechas del resto? La cabeza se me empezaba a nublar de la excitación y adrenalina.
En la siguiente parada, se subió una chica que apuntó a sentarse en nuestra fila. Tomé la oportunidad y me corrà junto al pibe. La chica se sentó junto al cuarentón, dejando un asiento libre en el medio. El pajero tenÃa unos veintitantos años, morocho, lindas facciones, jogging y remera. En cambio, yo estaba con un jean ajustado, remera, y una mochila que aproveché a poner sobre mis piernas y que asà me tocase bajo ésta.
Sin perder tiempo, mandó mano mientras aún me acomodaba en ese asiento y me agarró el bulto. Mi adrenalina estaba ya al máximo, buscando otras miradas que pudieran encontrarnos. Él miraba para afuera, como si nada ocurriera. A los pocos minutos me bajó el cierre y metió su mano dentro de mis bóxer.
La tenÃa ya completamente dura y su mano me la apretaba con ganas.
MorÃa por agarrar su pedazo, pero no habÃa otra mochila para ocultar la situación y lentamente empezaba a subir gente al bondi. No podÃa arriesgarme.
A las pocas paradas tenÃa que bajarme.
Me pasó su número, pero nunca lo llamé.