Por Mario | Relatos de los lectores | Soy tachero y no sé por qué razón los sábados me despierto al palo mal, excitado como un adolescente,...
Por Mario | Relatos de los lectores | Soy tachero y no sé por qué razón los sábados me despierto al palo mal, excitado como un adolescente, con la pija que parece que me va a romper los bóxer y con los huevos doliendo. Supongo que yirar por Palermo y Av. Santa Fe y otros lugares que están llenos de pendejas medio en bolas y de putitos excitados me produce una calentura desesperante. Y los viernes y sábados no puedo descargar nada, hay que hacer la diaria para después tener algún día libre en la semana para los “placeres prohibidos”
Así que me levanté y encaré decidido a buscar a mi esposa que siempre agradece un par de services por semana. Muchas veces me la están chupando y corto antes de acabar para llevarle el regalito a la patrona, que se lo merece.
Pero como el hombre propone y la esposa dispone, me encontré con la casa vacía y en la puerta de la heladera, colgado con un imán del supermercado chino, una nota que decía: “Nos fuimos al cumpleaños de Nora, te deje tarta en el microondas. Beso”.
Extrañamente no me causó ninguna ansiedad la falta de compañía sexual para el sábado a la tarde, y hasta cierta alegría.
Así que, en bolas como estaba, me agarré un pedazo de tarta frío y me fui a buscar el celular al dormitorio para llamar a Juli.
Juli es Julián o Juliancito, un pibe que me paró una madrugada bastante escabiado y resultó que venía para el barrio. Así que lo llevé a la casa casi sin cargo; le cobré con una mamada y el chiquito se fue a dormir desayunado con yogur tibio.
Desde ese día Juli es mi Plan B sexual.
Me dijo que estaba en la casa y que en un rato se tenía que ir para el centro. Pero que si yo lo llevaba podía retrasar su salida en una hora o un poco más. Obviamente le prometí llevarlo a donde quisiera.
Juli vive solo en un departamentito mínimo, es rubio, menudito, bajito y conmovedoramente puto: ama la comedia musical, trabaja de asistente de un putaso medio famoso en el ambiente artístico (yo no lo juno pero parece que es bastante conocido), y sueña con ser bailarín y cantante. Por lo cual se pasa el tiempo tomando cursos.
Me atendió recien bañado, perfumado y cubierto con una especie de bata o kimono que dejó resbalar de su cuerpo apenas se cerró la puerta. Me desvistió con gesto de geisha y cuando estuve acostado en la cama me obligó a “disfrutar” de una coreografía de “Esperanza Mía”, pero en lugar de vestido de monjita, en bolas. Estuvo bien, pero mi verga pedía acción, no arte.
Así que en un momento que lo tuve a mano o agarré y me lo puse encima, boca abajo con la cara frente a mi miembro y la mía dispuesta a ver el mejor espectáculo que existe en el mundo: El ojete de Julián.
El ojete de Juli, su ano precisamente, es una maravilla de la naturaleza y de una perfección y una armonía casi renacentista. Si Miguel Ángel, al que le gustaban bastante los pibes, se hubiera dedicado a pintar el ojete de Adán en la Capilla Sixtina, o esculpido el de El David, estoy seguro que hubiera sido como el de Juliancito.
He visto anos de todo tipo, color y tamaño, algunos preciosos y otros que, francamente, merecerían ser protagonistas de una película de terror. Pero el de Juli es de un color rosado tan bonito que se me ocurre que así debería ser el ano de la Barbie.
Se lo digo y se ríe, está feliz y eso me gusta.
“Desde hoy te voy a llamar Barbie”, le digo, pero ya no se ríe. la emoción lo hace mamarme la pija con más entusiasmo. Aunque se que le gusta porque el ojetito le palpita.
Me dedico a juguetear con mi dedo y con mi lengua en su culito y el me va respondiendo aflojándose, dilatándose, aprestándose a recibirme.
No doy más
Lo levanto y lo pongo boca arriba en la cama y él automáticamente levanta las piernitas y las apoya en mis hombros.
Yo tengo la chota babosa y la voy apoyando en su ojetito que lentamente comienza a ceder. No hago fuerza, no empujo, simplemente voy dejando que entre y que el culito vaya haciendo su trabajo.
Juliancito me mira a los ojos pero no puede evitar cerrarlos, extasiarse en el placer, sonreír, y humedecerse los labios con la lengua.
Sigo entrando, acoplándome, un poco más, un poco más. Siento que mis testículos chocan contra sus nalgas y me detengo.
Juli está en en un estupor extático, los ojos cerrados, los labios semiabiertos me dejan entrever apenas sus dientes y la punta de su lengua rosada y brillante entre ellos. Amo esa lengua cuando recorre, mi glande, mi miembro, hasta la base y sigue por mis testículos hasta mi ano.
Con sus manos abre sus nalgas y en un último impulso la hago entrar un poco más; cada milímetro cuenta.
Se que esto será breve, siento las contracciones de su culo recorriendo mi pija de la base hasta la punta y de vuelta, no se como lo hace pero me está masturbando con su culo. No quiero salir, quiero que dure para siempre pero es imposible.
Tengo la verga rígida como una estaca, las ondas van y vienen dentro de su cuerpo y siento una tensión que comienza en la base de mi espalda y se abre en dos por mi cadera, mis riñones, baja por la ingle para unirse en mis testículos y ascender por mi miembro hasta estallar en una, dos, tres contracciones que hacen que Juliancito abra grandes los ojos y la boca. Cuatro, cinco más que arquean su cuerpo bajo el peso del mío. Seis, y estalla en un gemido ahogado que sube de tono y de volumen hasta que de su cuerpo se desploma fláccido debajo del mío, Siete, La petite mort.
Exhausto siento que me retraigo, me retiro de su cuerpo hasta colgar exánime entre sus nalgas que comienzan a chorrear el semen espeso y blanquecino.
Entonces me tiendo a su lado boca arriba sin fuerzas para nada más, solo para dejarme ir en la dulce melancolía que sigue al orgasmo.
Pero Juli tiene otros planes. Se sienta a horcajadas sobre mi pecho y comienza a masturbarse, tiene la verga erecta, firme, con sus venas bien marcadas y su glande morado y brillante.
Se masturba y avanza sobre mi pecho hasta poner su pija sobre mi boca, la que instintivamente abro y con la lengua recorro su cabeza, su frenillo; extiendo mis labios para recibirlo en mi boca pero me la niega, una vez, y otra vez.
Hasta que en un salto mete toda su verga hasta mi garganta y ahí descarga un chorro y otro, y otro más que debo tragar para no ahogarme.
Ambos estamos satisfechos; ya no nos necesitamos y queremos separarnos lo antes posible.
Julian me dice que es temprano, y que no hace falta que lo lleve al centro, en el fondo siento un reproche por haber terminado demasiado rápido.
Me voy. Tengo toda la noche para recuperarme. Tal vez a la mañana haya revancha.