Fernando Garrido | Es curioso cómo se encadenan las cosas a lo largo del día. Hoy me he levantado con unas ganas irremediable de tocarme l...
Me ha pasado en la calle, parado en un semáforo un chongo que esperaba para cruzar en plena Rivadavia y Castro Barros se tocaba el bulto sin importarle nada, se dio cuenta que lo miraba pero no le importó y siguió con la mano metida. Cruzó por delante mío y me miró sonriéndose. Le gustaba que lo mirara.
Después más adelante dos pendejos que caminaban seguramente a alguna Universidad hablaban tranquilamente y uno de ellos se echó mano al bulto para en ese gesto normal de muchos recolocarselo dentro del pantalón.
¡Calentura! Parecía el dia para tocarse. También en una obra mientras estacionaba el auto veo a unos obreros que no me habría importado a mi tocarles a cada uno los bultos que tenían ¡que presagiaban soberbias porongas!
Y lo que yo pienso que está más que claro es lo que nos gusta tocarnos los huevos y lo que nos gusta verlo cuando otro lo hace.
¿Cómo resistirse a mirar cuando, por ejemplo, estamos en la playa y alguno se mete la mano para colocarse bien el verga dentro de la malla?
Me gusta cuando ocurre esto mismo en el vestuario de la pileta. Aunque, es curioso, en esto no hay unanimidad. Hay muchos que se suben la malla o los calzoncillos y no se preocupan lo más mínimo de cómo haya quedado todo dentro.
Yo no puedo, Tengo que meterme la mano y acomodarme el paquete dentro, y veo que muchos hacen igual, aunque algunos no.
No se si porque no les importa como les quede o porque les da verguenza hacerlo en público, si tenemos en cuenta que, normalmente, estos mismo se visten tan rápidos y hacen todo lo posible para no enseñar nada.
De todas formas es un placer ver a los que lo hacen y lo que lo hacemos notamos que los demás nos miran de reojo como nos lo colocamos.
Me gusta también los que tienen esa costumbre de meterse las manos en la cintura del pantalón, como este. Estás en una reunión, charlando con amigos o tomando alguna copa y si alguno tiene esta costumbre se agradece. Notas que todos lo miran y notas que él lo sabe. Tengo un amigo que lo hace y puede hablar de cualquier cosa con una sonrisa cómplice instalada en la cara, después te alcanza algo con esas manos que seguro huelen a huevo y pija.