Por Clark | Me recosté boca arriba y senté al marginal cara a cara sobre mí, enterrándole la verga hasta el fondo para que el pana le met...
Por Clark | Me recosté boca arriba y senté al marginal cara a cara sobre mí, enterrándole la verga hasta el fondo para que el pana le metiera la suya por detrás cuando estuviera bien calzada la mía que es más gruesa. Teniéndolo empernado así, le abrí el orto con ambas manos. Sus negras pelotas se aplastaron contra mi pubis y su morcilla empezó a frotar mi abdomen.
Al otro día, aun habiéndome bañado repetidas veces, un cliente goloso mamador elogió el sabroso olor a huevos que tenían mis pendejos. Un olor diferente al mío.
Al otro día, aun habiéndome bañado repetidas veces, un cliente goloso mamador elogió el sabroso olor a huevos que tenían mis pendejos. Un olor diferente al mío.
Mientras el preso subía y bajaba con mi pija adentro, el venezolano echaba lubricante a lo largo de mi pedazo hasta que ese orto estuvo preparado
para recibir una segunda poronga.
Entró despacio la del pana, y la mía empezó a sentir otro masaje.
El trozo duro del venezolano presionando el mío dentro del culo
del recluso llegó también a fondo y sus bolas empezaron a chocar con las mías en cada embestida.
Una doble penetración es una comunión entre machos donde los activos sentimos más estímulos.
El preso me bañaba en su sudor.
Su boca torcida por la merca no podía emitir palabra y su
morcilla…ah su morcilla!, largó un primer lechazo que debí esquivar corriendo mi cara.
El agujero se le dilató más.
El pana y yo entramos a movernos cuidando que no se salieran
las pijas.
El preso entró a gemir fuerte no sé si de dolor, no sé si de placer, pero le ahogué el aullido con mi lengua para que el pana y yo hechos fuego, siguiéramos haciendo coincidir nuestras porongas dentro de ese culo magnífico, haciendo frotar nuestros huevos contra nuestros huevos, hasta que sentí expandirse ese palo apretado a mi palo y esa verga latió pegada a mi verga dentro del orto del marginal dándose vuelta los ojos del venezolano, haciéndome perder el control a mí también en su acabada.
Entonces largué varios chorros de mi leche dentro de ese profundo hueco, hermanada mi pija con esa otra pija latinoamericana, mientras
el preso se echaba un segundo polvo habiendo gozado como una yegua, tal vez más que nosotros, y sentí deslizarse caliente por mis balones hasta mi culo todo el contenido de guasca que ese ojete había recibido.
Nos duchamos los tres juntos.
Hice vestir al fugado con su ropa limpia y seca.
Cargué en su mochila el nuevo celular, el resto de merca y sesenta mil pesos
argentinos.
Le di su parte al pibe venezolano, guardé lo mío, y lo llevamos a Retiro con destino a Tres
Arroyos donde, según dijo, vivía su
abuela.
A la vuelta con
Venezuela nos dimos otra ronda de garche.
Tres días después haciendo zapping, reconocí el cuerpo de mi
preso.
Había muerto en un tiroteo.
Reconocí los tatuajes caseros y el abultado culo que vino virgo a mí.
Vi por la tele que por debajo del cartón que cubría a medias su cadáver salía una de sus manos.
Mano que acarició mis pelotas mientras yo le enseñaba a
chupar pija.
La mujer que limpia mi departamento encontró debajo de mi cama un calzón rotoso.
Me metí en el baño con
ese calzón agujereado que conservaba el olor intenso a huevos del marginal.
Sentí que todavía estaba vivo.
Sentí que todavía estaba vivo.
Tuve que pajearme y al acabar lloré.
Lloré por él, lloré por mí.
Lloré por el venezolano que vino de otro país a ganarse el pan cogiendo.
Lloré por todos nosotros machos que se nos para la verga ante lo prohibido, ante lo escandaloso, ante lo clandestino, ante lo que se debe ocultar.