Por Alejandro Modarelli | Al principio, el espacio gratuito del baño público convivió con la incipiente movida homo de la democracia, hasta...
Por Alejandro Modarelli | Al principio, el espacio gratuito del baño público convivió con la incipiente movida homo de la democracia, hasta que la onda modernizadora fue inclinando la balanza, definitivamente, en favor del circuito sexual privado de puertas adentro.
Así, a medida que se expandía el mercado manfloro con sus saunas, discotecas y pubs, y la clase política vendía las maltrechas joyas del Estado, el sexo ferrocarrilero fue perdiendo su frecuentado privilegio.
No insistan en ver ahí [las viejas “teteras”] el único recipiente posible donde podíamos derramar el jugo del deseo, en una época en la que casi no existía el mercado gay: nadie debiera prestar atención a esa clase de certezas sociológicas; son gimoteos teóricos de quienes nunca gastaron las baldosas detrás de pijas de señores heterosexuales. Esas pijas no buscan una boca amistosa en los clásicos lugares de encuentro gay.
Así, a medida que se expandía el mercado manfloro con sus saunas, discotecas y pubs, y la clase política vendía las maltrechas joyas del Estado, el sexo ferrocarrilero fue perdiendo su frecuentado privilegio.
No insistan en ver ahí [las viejas “teteras”] el único recipiente posible donde podíamos derramar el jugo del deseo, en una época en la que casi no existía el mercado gay: nadie debiera prestar atención a esa clase de certezas sociológicas; son gimoteos teóricos de quienes nunca gastaron las baldosas detrás de pijas de señores heterosexuales. Esas pijas no buscan una boca amistosa en los clásicos lugares de encuentro gay.