Por Camionero24 | Relatos de los lectores | Soy camionero, tengo 24 años, pampeano, activo, calentón y suelo andar por todo el paÃs. Hac...
Por Camionero24 | Relatos de los lectores | Soy camionero, tengo 24 años, pampeano, activo, calentón y suelo andar por todo el paÃs. Hace unos meses tenÃa que llevar una carga a Tucumán, desde La Pampa.
El viaje era de unas cuantas horas y tenÃa que pasar por muchos pueblitos del interior. Siempre que hago estas diligencias suelo levantar algún pendejo que está haciendo dedo al costado de la ruta o que me pida que lo lleve en las estaciones de servicio.
En cada viaje largo me caliento muchÃsimo, me entran unas ganas terribles de que me la chupen, de chupar yo o de hacer un buen culito. La cuestión es que para las 6 de la tarde paré un rato en una estación de Dean Funes (Córdoba), tenÃa que cargar combustible y seguir viaje por la ruta 60. Estaba en el baño, y mientras me estaba secando las manos aparece un chico de unos 19 o 20 años, carilindo y simpático.
TenÃa puesta una remerita ajustada que le marcaba un lomo más que interesante, unos jeans que se le ajustaban perfecto a una cola que se advertÃa paradita y dura, un arito y un collar de hilo, de ésos que venden las ferias de artesanos. Llevaba una mochila de esas que usan para ir al gym. Intercambiamos miradas, y sin darme tiempo a decir algo el chico me dice: “Hola, me llamo Sebastián, vos sos el del camión tal que está ahà afuera?”. Nos pusimos a hablar y pegamos buena onda. Me contó que tenÃa que ir a FrÃas (un pueblito de Santiago del Estero, a 200 kms de Dean Funes, mas o menos), que iba a visitar a unos familiares, que no le alcanzaba la guita para el bondi, etc.
Obviamente le dije que suba, total me quedaba de paso. El chico era hermoso, casi no habÃa dudas de que era gay, y parecÃa que habÃa onda entre nosotros. A los 10 minutos arrancamos, hablamos un poco de bueyes perdidos, y al rato, como no daba mas de la calentura, me agarré la chota (que ya le tenÃa re parada) y me la empecé a amasar.
Al pibe se le fueron los ojos, se empezó a tocar el también y me dice “qué grande que la tenés”. Yo le digo “vos decÃs? Podés tocar si querés”. Ahà se me acercó y me la empezó a acariciar, primero por arriba del pantalón, después metió la mano y me empezó a pajear despacito, hasta que no aguanté más y le dije que paráramos al costado de la ruta y garchemos cómodos en la parte de atrás de la cabina.
Ni bien estacioné el camión se arrodilló delante mÃo y me empezó a chapar con desesperación. Yo le acariciaba la espalda con una mano y con la otra jugaba con su agujerito, que dilató al instante. Después sacó mi pija afuera, me pajeó despacio, hasta que me bajé el jean para estar mas cómodo y me la pueda chupar tranquilo. Fue uno de los mejores petes que me hicieron, el chico tenÃa unos labios carnosos, mandaba muchÃsima saliva, jugueteaba con la lengua y se la tragaba hasta el fondo, bien como a mi me gusta.
Siempre me da mucho morbo empujarles la cabeza con una mano hasta que siento que tienen arcadas. Me la chupó un buen rato hasta que le acabé muchÃsima leche bien caliente y espesa. Me encantó mirarlo tragar hasta la última gota, mientras me miraba con sus ojitos de nene bueno, con media chota adentro de la boca. Como suelo recargar rápido, le dije que no acabe, que todavÃa faltaba lo mejor. Le agarré la cara con las dos manos y le di un buen beso de lengua, profundo y cariñoso. SentÃa el sabor de mi leche y su lengüita traviesa, que besando se movÃa tan bien que cuando peteaba. Le saqué la remera, el pantalón, le dejé el bóxer puesto porque me encantaba ver cómo marcaba bulto, y le empecé a chupar las tetillas.
El pendejo me volvÃa loco, empezó a gemir de placer. Con una mano libre le acariciaba la pija y con la otra el culo. Ya estaba mas dilatado que antes, asà que le metà primero uno, y después dos dedos. Después de unos segundos, yo ya estaba tan caliente y lleno de leche como antes de acabar. Lo puse boca abajo, le chupe un poco el agujerito y luego se la empecé a meter, despacio, para que no le duela mucho y disfrute. El guacho se merecÃa que lo trate bien.
Me pidió que lo bombee mas fuerte, asà que eso fue lo que hice. El pendejo tenÃa aguante. Cambiamos varias veces de posición, como pudimos en el poco espacio que tenÃamos lo cogà en cuatro, de costado y de frente. Mientras se la ponÃa estando el pibe sentado sobre mi chota, mirándonos cara a cara (ahà él llevaba todo el control) se pajeaba y daba unos gemidos que me calentaban sobremanera. Acabamos al mismo tiempo, yo le llené el culito y él mi pecho de guasca. HacÃa tiempo que no la pasaba tan bien y lograba esa quÃmica con alguien. Nos limpiamos, nos vestimos y arranqué para seguir viaje.
A las 3 horas llegamos a FrÃas.
El viaje era de unas cuantas horas y tenÃa que pasar por muchos pueblitos del interior. Siempre que hago estas diligencias suelo levantar algún pendejo que está haciendo dedo al costado de la ruta o que me pida que lo lleve en las estaciones de servicio.
En cada viaje largo me caliento muchÃsimo, me entran unas ganas terribles de que me la chupen, de chupar yo o de hacer un buen culito. La cuestión es que para las 6 de la tarde paré un rato en una estación de Dean Funes (Córdoba), tenÃa que cargar combustible y seguir viaje por la ruta 60. Estaba en el baño, y mientras me estaba secando las manos aparece un chico de unos 19 o 20 años, carilindo y simpático.
Obviamente le dije que suba, total me quedaba de paso. El chico era hermoso, casi no habÃa dudas de que era gay, y parecÃa que habÃa onda entre nosotros. A los 10 minutos arrancamos, hablamos un poco de bueyes perdidos, y al rato, como no daba mas de la calentura, me agarré la chota (que ya le tenÃa re parada) y me la empecé a amasar.
Al pibe se le fueron los ojos, se empezó a tocar el también y me dice “qué grande que la tenés”. Yo le digo “vos decÃs? Podés tocar si querés”. Ahà se me acercó y me la empezó a acariciar, primero por arriba del pantalón, después metió la mano y me empezó a pajear despacito, hasta que no aguanté más y le dije que paráramos al costado de la ruta y garchemos cómodos en la parte de atrás de la cabina.
Ni bien estacioné el camión se arrodilló delante mÃo y me empezó a chapar con desesperación. Yo le acariciaba la espalda con una mano y con la otra jugaba con su agujerito, que dilató al instante. Después sacó mi pija afuera, me pajeó despacio, hasta que me bajé el jean para estar mas cómodo y me la pueda chupar tranquilo. Fue uno de los mejores petes que me hicieron, el chico tenÃa unos labios carnosos, mandaba muchÃsima saliva, jugueteaba con la lengua y se la tragaba hasta el fondo, bien como a mi me gusta.
Siempre me da mucho morbo empujarles la cabeza con una mano hasta que siento que tienen arcadas. Me la chupó un buen rato hasta que le acabé muchÃsima leche bien caliente y espesa. Me encantó mirarlo tragar hasta la última gota, mientras me miraba con sus ojitos de nene bueno, con media chota adentro de la boca. Como suelo recargar rápido, le dije que no acabe, que todavÃa faltaba lo mejor. Le agarré la cara con las dos manos y le di un buen beso de lengua, profundo y cariñoso. SentÃa el sabor de mi leche y su lengüita traviesa, que besando se movÃa tan bien que cuando peteaba. Le saqué la remera, el pantalón, le dejé el bóxer puesto porque me encantaba ver cómo marcaba bulto, y le empecé a chupar las tetillas.
El pendejo me volvÃa loco, empezó a gemir de placer. Con una mano libre le acariciaba la pija y con la otra el culo. Ya estaba mas dilatado que antes, asà que le metà primero uno, y después dos dedos. Después de unos segundos, yo ya estaba tan caliente y lleno de leche como antes de acabar. Lo puse boca abajo, le chupe un poco el agujerito y luego se la empecé a meter, despacio, para que no le duela mucho y disfrute. El guacho se merecÃa que lo trate bien.
Me pidió que lo bombee mas fuerte, asà que eso fue lo que hice. El pendejo tenÃa aguante. Cambiamos varias veces de posición, como pudimos en el poco espacio que tenÃamos lo cogà en cuatro, de costado y de frente. Mientras se la ponÃa estando el pibe sentado sobre mi chota, mirándonos cara a cara (ahà él llevaba todo el control) se pajeaba y daba unos gemidos que me calentaban sobremanera. Acabamos al mismo tiempo, yo le llené el culito y él mi pecho de guasca. HacÃa tiempo que no la pasaba tan bien y lograba esa quÃmica con alguien. Nos limpiamos, nos vestimos y arranqué para seguir viaje.
A las 3 horas llegamos a FrÃas.
Ya era un poco de noche y hacÃa frÃo. Como no estaba bien de tiemps, lo tenÃa que dejar en la ruta. Le dije, y con buena onda me contestó que no tenÃa problemas, que sólo tenÃa que caminar 10 cuadras hasta la casa de su familiar. Al llegar noté que habÃa bajado considerablemente la temperatura. El chico estaba en remera nomás y no tenÃa ningún abrigo en el bolso. Me dio algo de pena tener que dejarlo ahÃ, haciendo tanto frÃo, asà que decidà prestarle mi campera. Ya habÃamos hablado que nos tenÃamos que volver a ver, e incluso me dijo la dirección de su casa. Al principio quiso rechazar mi ofrecimiento, pero después de insistir dos veces aceptó.
Seguà viaje, llegué a Tucumán, pasaron los dÃas. Al mes, mas o menos, me encontré de vuelta haciendo un viaje similar (esta vez a Salta), y tenÃa que pasar una vez más por Dean Funes. De más está decir que de sólo pensar en Sebastián me estallaban las hormonas y la chota se me apretaba contra el pantalón desesperaba por hacer de nuevo esa colita tan dócil. A las 4 de la tarde (hora de la siesta, no habÃa un alma en todo el pueblo) toqué timbre en la casa del chico.
Después de un rato de tocar, me atiende una mujer de unos 45 años, probablemente recién levantada, a juzgar por sus ojeras. Me discuplé por molestarla, y después de hablar dos palabras le pregunté por Sebastián.
Me miró con una expresión algo desencajada, y me preguntó de dónde lo conocÃa. Le expliqué que hacÃa unas semanas lo llevé hasta FrÃas, porque estaba haciendo dedo en la estación, y que venÃa a buscar una campera que le habÃa prestado porque hacÃa frÃo e iba desabrigado. La señora me miró con la cara aún más perturbada que antes, y me dijo que espere un momento. A los 5 minutos salio Sebastian a recibirme, con una sonrisa y un brillo en sus ojos que daban a entender que aquel encuentro no serÃa el último...
Seguà viaje, llegué a Tucumán, pasaron los dÃas. Al mes, mas o menos, me encontré de vuelta haciendo un viaje similar (esta vez a Salta), y tenÃa que pasar una vez más por Dean Funes. De más está decir que de sólo pensar en Sebastián me estallaban las hormonas y la chota se me apretaba contra el pantalón desesperaba por hacer de nuevo esa colita tan dócil. A las 4 de la tarde (hora de la siesta, no habÃa un alma en todo el pueblo) toqué timbre en la casa del chico.
Me miró con una expresión algo desencajada, y me preguntó de dónde lo conocÃa. Le expliqué que hacÃa unas semanas lo llevé hasta FrÃas, porque estaba haciendo dedo en la estación, y que venÃa a buscar una campera que le habÃa prestado porque hacÃa frÃo e iba desabrigado. La señora me miró con la cara aún más perturbada que antes, y me dijo que espere un momento. A los 5 minutos salio Sebastian a recibirme, con una sonrisa y un brillo en sus ojos que daban a entender que aquel encuentro no serÃa el último...