El mes pasado tuve una experiencia muy fuerte en la famosa GALERÍA 21 del cementerio de la Chacarita, todo lo que sabia de la galería lo ...
El mes pasado tuve una experiencia muy fuerte en la famosa GALERÍA 21 del cementerio de la Chacarita, todo lo que sabia de la galería lo había leído acá en Usandbath, pero una cosa es leer y otra diferente ser el protagonista de la experiencia.
Murió un amigo muy querido Roberto, y fui a su entierro, en muchas oportunidades con Roberto habíamos salido a yirar por la vida en diversos antros y piringundines, pero jamás se nos dio por ir a un cementerio, visitamos en su vida varios cogederos y la habíamos pasado de 10, pero en este nunca había pasado nada, siempre nos movía el morbo.
El asunto es que luego de una noche de velorio y el responso en la capilla de la entrada, la familia había dispuesto depositar su cuerpo en el crematorio para dejarlo hasta su destino final.
Cuando los saludos de rigor terminaron empecé el camino de vuelta a la salida. Me aparté del grupo y me fui pensando en que mal contrastaban la muerte de mi amigo con el hermoso día que hacia, me di cuenta que el cementerio mas allá de lo árido de la muerte me daba una paz que se riñe con la vida que tengo habitualmente. Empecé a caminar hacia la salida pensando en si todo lo que había pasado mi amigo era lo justo. ¿En que es lo justo?
Digo, con solo 44 años le diagnosticaron un cáncer de colon e hígado que se lo llevo en 3 meses, los médicos nos decían que el proceso –por suerte-, había sido rápido. Un tipo sano, deportista, bien parecido, triunfador del Grindr y de todas las cosas que a los gays nos parecen imprescindibles para vivir en nuestro mundo, había tenido que recomponer sus últimos momentos cuando los profesionales le hablaron con toda franqueza –a su requerimiento- y le dijeron que su vida estaba llegando a su fin. Es que frente a la muerte somos todos tan pequeñitos y diminutos. ¡Tan iguales!
Dentro de todo fue un alivio, porque le dio certeza de su futuro finito, permitiéndole poner todo en orden y despedirse de los suyos.
(Nos) sentíamos todos tan… IGUALMENTE MORTALES, ahí despidiendo al amigo que volví con toda la insoportable levedad de mi ser hacia la salida y por ende a mi vida.
En eso estaba cuando se me dio por sacar el celular y retratar lo que iba apareciendo a mi paso. Y ahí estaba en el camino, imponente ante mí en aquella necrópolis la famosa GALERIA 21, con todas sus historias. Creí ver a mi amigo (Roberto) que descansaba a unos metros instigándome y riéndose…no me pude resistir y en su honor como tributo, bajé.
La galería tiene una única entrada con dos escaleras, yo bajaba por una cuando me encuentro de frente con un tipo de unos 38 que ya me había echado el ojo y que desde la misma escalera me hace señas con las manos preguntando algo así como si la chupaba, tenia una barba de días, jogging y era bien morrudo, algo que me encanta. Le digo con la mirada que no tenia idea del lugar, en realidad no sabia para donde ir. Las galerías internas lucían desoladas, y es que mirando un poco las placas te das cuenta que las muertes datan desde el ’40 a los ’60 por eso el olvido.
Mi acompañante me dice en voz baja que lo acompañe, me agarra de mi antebrazo y a mi ya se me estaba parando.
Cruzando un palier me lleva hacia un baño que debe haber tenido vida humana allá por los ’50, realmente muy deteriorado pero con luz natural que venia del techo entrando por una bohardilla.
Me mira fijo, recorre todo mi cuerpo bajándose el jogging y mostrándome una hermosa verga circuncidada y unas piernas peludas y enormes, se me acerca y me dice: “Te vi llorando en el crematorio… ¿que paso?”
Le conté sobre mi amigo, me estaba perdiendo en mis palabras cuando el me sacó de mi ensimismamiento dándome un glorioso beso en la boca que me partió al medio y rescato de mi pena. Así estuvimos un tiempo, sin preocuparnos porque alguien entrara, sencillamente porque ahí no entra nadie, hasta que con su mano guió mi cabeza hacia su entrepierna que me estaba esperando erecta y ansiosa.
Me perdí entre su pija y sus huevos. El olor de su chota era exquisito, su pubis abundante y su ropa interior olía a suavizante. Chuavechito, chuavechito.
En los mimos que me propiciaba con su enorme mano, divisé una alianza. Era casado.
Le recorrí con mis manos sus piernas que eran como dos columnas de roca griegas que sostenían a ese Dios parado delante de mí que gemía y gozaba sin apuros. Lo mamé por horas, me perdí en mis pensamientos, mamando como un reflejo primario y vital que me aferraba a la vida, algo tan representativo de los vivos como cojer, ahí en la tierra de los muertos.
El también me volvió a rescatar de mis pensamientos, se percató que a pesar de la mamada gloriosa mis ojos estaban húmedos y me paso la lengua por mis parpados, para luego introducirla en mi boca. Me hizo sentir amado y me preguntó si se la tomaba.
Me hinque religiosamente para repetir ese sacramento de los vivos y cuando el ya no pudo más mirándome me dijo: “¡Aliméntate pá, te la ganaste toda, ahí va!” Gemía y decía “Uy Dios, Uy Dios, que bien que la chupas” –una alabanza religiosa- a eso que hacíamos en la comunión de dos cuerpos, solos en un baño, que aún latían vida. Le conté ocho fuertes chorros de leche y remanentes hasta que su pija se empezó a poner “a medio parar”.
Me paré –yo no había acabado- pero él como un caballero metió su mano por detrás y estimulando mi zona anal procedió a besar mi cuello mientras me pajeaba –como si supiera de toda la vida cuales eran mis zona erógenas preferidas- así lamiendo mis orejas, besándome el cuello, prodigándome todo el cariño que no tenia en la soledad de la muerte. La muerte de mi amigo. Fue entre sus palabras, el olor de su aliento, una mezcla de chicle de menta y cigarrillos con un perfume muy masculino, que todo mi linaje y toda mi guasca se estrellaron con los azulejos.
Cuando nos hubimos recompuesto me beso nuevamente y juntos subimos saliendo al hermoso día que hacia fuera. Pensé que ese era el final, pero me dijo de caminar hasta su auto que estaba parado a una cuadra, nos sentamos en unos bancos mientras yo seguía sacando fotos, (las que ilustran esta nota). Y entre foto y foto, me cuenta que se llama Gonzalo, que está casado, que si me lo banco le gustaría seguir viéndome, que hubo química, que entendería si no quiero volver a verlo porque es casado y que le gustaría hacer algo que nunca hace… Intercambiar números de teléfono. Que yo le daba confianza.
Lo hicimos y ahora cuando puede me visita en casa, donde garchamos más cómodos, donde hemos ampliado nuestro menú sexual, por una cuestión de lugar, por ejemplo hace unas mamadas de orto que no me hubiera podido hacer en el baño, me lo dilata como previa a metérmela, pero siempre recordamos la fecha y el sitio en donde nos conocimos.
Murió un amigo muy querido Roberto, y fui a su entierro, en muchas oportunidades con Roberto habíamos salido a yirar por la vida en diversos antros y piringundines, pero jamás se nos dio por ir a un cementerio, visitamos en su vida varios cogederos y la habíamos pasado de 10, pero en este nunca había pasado nada, siempre nos movía el morbo.
El asunto es que luego de una noche de velorio y el responso en la capilla de la entrada, la familia había dispuesto depositar su cuerpo en el crematorio para dejarlo hasta su destino final.
Cuando los saludos de rigor terminaron empecé el camino de vuelta a la salida. Me aparté del grupo y me fui pensando en que mal contrastaban la muerte de mi amigo con el hermoso día que hacia, me di cuenta que el cementerio mas allá de lo árido de la muerte me daba una paz que se riñe con la vida que tengo habitualmente. Empecé a caminar hacia la salida pensando en si todo lo que había pasado mi amigo era lo justo. ¿En que es lo justo?
Digo, con solo 44 años le diagnosticaron un cáncer de colon e hígado que se lo llevo en 3 meses, los médicos nos decían que el proceso –por suerte-, había sido rápido. Un tipo sano, deportista, bien parecido, triunfador del Grindr y de todas las cosas que a los gays nos parecen imprescindibles para vivir en nuestro mundo, había tenido que recomponer sus últimos momentos cuando los profesionales le hablaron con toda franqueza –a su requerimiento- y le dijeron que su vida estaba llegando a su fin. Es que frente a la muerte somos todos tan pequeñitos y diminutos. ¡Tan iguales!
Dentro de todo fue un alivio, porque le dio certeza de su futuro finito, permitiéndole poner todo en orden y despedirse de los suyos.
(Nos) sentíamos todos tan… IGUALMENTE MORTALES, ahí despidiendo al amigo que volví con toda la insoportable levedad de mi ser hacia la salida y por ende a mi vida.
En eso estaba cuando se me dio por sacar el celular y retratar lo que iba apareciendo a mi paso. Y ahí estaba en el camino, imponente ante mí en aquella necrópolis la famosa GALERIA 21, con todas sus historias. Creí ver a mi amigo (Roberto) que descansaba a unos metros instigándome y riéndose…no me pude resistir y en su honor como tributo, bajé.
La galería tiene una única entrada con dos escaleras, yo bajaba por una cuando me encuentro de frente con un tipo de unos 38 que ya me había echado el ojo y que desde la misma escalera me hace señas con las manos preguntando algo así como si la chupaba, tenia una barba de días, jogging y era bien morrudo, algo que me encanta. Le digo con la mirada que no tenia idea del lugar, en realidad no sabia para donde ir. Las galerías internas lucían desoladas, y es que mirando un poco las placas te das cuenta que las muertes datan desde el ’40 a los ’60 por eso el olvido.
Mi acompañante me dice en voz baja que lo acompañe, me agarra de mi antebrazo y a mi ya se me estaba parando.
Cruzando un palier me lleva hacia un baño que debe haber tenido vida humana allá por los ’50, realmente muy deteriorado pero con luz natural que venia del techo entrando por una bohardilla.
Me mira fijo, recorre todo mi cuerpo bajándose el jogging y mostrándome una hermosa verga circuncidada y unas piernas peludas y enormes, se me acerca y me dice: “Te vi llorando en el crematorio… ¿que paso?”
Le conté sobre mi amigo, me estaba perdiendo en mis palabras cuando el me sacó de mi ensimismamiento dándome un glorioso beso en la boca que me partió al medio y rescato de mi pena. Así estuvimos un tiempo, sin preocuparnos porque alguien entrara, sencillamente porque ahí no entra nadie, hasta que con su mano guió mi cabeza hacia su entrepierna que me estaba esperando erecta y ansiosa.
Me perdí entre su pija y sus huevos. El olor de su chota era exquisito, su pubis abundante y su ropa interior olía a suavizante. Chuavechito, chuavechito.
En los mimos que me propiciaba con su enorme mano, divisé una alianza. Era casado.
Le recorrí con mis manos sus piernas que eran como dos columnas de roca griegas que sostenían a ese Dios parado delante de mí que gemía y gozaba sin apuros. Lo mamé por horas, me perdí en mis pensamientos, mamando como un reflejo primario y vital que me aferraba a la vida, algo tan representativo de los vivos como cojer, ahí en la tierra de los muertos.
El también me volvió a rescatar de mis pensamientos, se percató que a pesar de la mamada gloriosa mis ojos estaban húmedos y me paso la lengua por mis parpados, para luego introducirla en mi boca. Me hizo sentir amado y me preguntó si se la tomaba.
Me hinque religiosamente para repetir ese sacramento de los vivos y cuando el ya no pudo más mirándome me dijo: “¡Aliméntate pá, te la ganaste toda, ahí va!” Gemía y decía “Uy Dios, Uy Dios, que bien que la chupas” –una alabanza religiosa- a eso que hacíamos en la comunión de dos cuerpos, solos en un baño, que aún latían vida. Le conté ocho fuertes chorros de leche y remanentes hasta que su pija se empezó a poner “a medio parar”.
Me paré –yo no había acabado- pero él como un caballero metió su mano por detrás y estimulando mi zona anal procedió a besar mi cuello mientras me pajeaba –como si supiera de toda la vida cuales eran mis zona erógenas preferidas- así lamiendo mis orejas, besándome el cuello, prodigándome todo el cariño que no tenia en la soledad de la muerte. La muerte de mi amigo. Fue entre sus palabras, el olor de su aliento, una mezcla de chicle de menta y cigarrillos con un perfume muy masculino, que todo mi linaje y toda mi guasca se estrellaron con los azulejos.
Cuando nos hubimos recompuesto me beso nuevamente y juntos subimos saliendo al hermoso día que hacia fuera. Pensé que ese era el final, pero me dijo de caminar hasta su auto que estaba parado a una cuadra, nos sentamos en unos bancos mientras yo seguía sacando fotos, (las que ilustran esta nota). Y entre foto y foto, me cuenta que se llama Gonzalo, que está casado, que si me lo banco le gustaría seguir viéndome, que hubo química, que entendería si no quiero volver a verlo porque es casado y que le gustaría hacer algo que nunca hace… Intercambiar números de teléfono. Que yo le daba confianza.
Lo hicimos y ahora cuando puede me visita en casa, donde garchamos más cómodos, donde hemos ampliado nuestro menú sexual, por una cuestión de lugar, por ejemplo hace unas mamadas de orto que no me hubiera podido hacer en el baño, me lo dilata como previa a metérmela, pero siempre recordamos la fecha y el sitio en donde nos conocimos.
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