Alan Pnc | HacÃa mucho que no pasaba por la puerta de la inmobiliaria. El laburo del tacho es asÃ, de pronto yrás y yirás por un barrio dura...
Una vuelta por el pasado:
El barrio de mi infancia y de mi juventud es de esos lugares a los que difÃcilmente me lleve un pasajero, y la esquina de la inmobiliaria por alguna causa la tengo muy poco frecuentada.
Las otras noches el destino, o vaya a saber qué, me llevó a pasar por esa esquina que me trae tantos recuerdos.
En el año 1978 yo era un chico tÃmido, gordito y poco desarrollado al que la madre obligaba a ir al club del barrio para hacer deporte contra su voluntad y que lo único que pretendÃa era que lo dejaran mirar tele tranquilo y, después del almuerzo, ir a la casa de Daniel a quien le habÃa empezado a chupar la pija ese año.
Todos los años, apenas terminado el colegio, mi vieja me entregaba el bolsito con ropa de gimnasia, malla, toalla; me levantaba a las 9 de la mañana y me mandaba al club con la amenaza de que si volvÃa antes de las seis de la tarde me iba a enterar de lo que era bueno.
Asà que ahà iba yo, un pobre pibe avergonzado, a pasarla mal durante ocho horas.
Y el peor momento era, sin dudas, el del vestuario.
El vestuario de un club lleno de adolescentes es una especie de campo de batalla donde se establecen relaciones de dominio, paridad, rivalidad. etc. y donde la tensión sexual y las hormonas llenan el aire.
Para un pibe como yo era un poco como el último cÃrculo del infierno del Dante mezclado con el mismÃsimo paraÃso. Un paraÃso plagado de pijas permanentemente erectas y en exhibición, pero lejanas e intocables.
Asà que para evitarme el mal momento encontré un refugio alejado de todos en un sector del vestuario que usaban los mayores pero que a la hora que Ãbamos los chicos estaba desierto.
Era un pasillo al fondo al que se accedÃa por el costado de las duchas con una fila de armarios y un banco largo de madera de punta a punta totalmente oculto de la vista del resto del vestuario.
Ahà estaba yo esperando que el malón de pendejos saliera de las duchas para poder usarlas sin ser visto por nadie cuando de repente se aparece en el pasillo Marcelo, el hijo del dueño de la inmobiliaria.
Marcelo era el lÃder indiscutido del todo el grupo de pibes deportistas, jugaba al fútbol, al básquet, al tenis; era simpático, atrevido, rápido con las chicas y maltratador como pocos.
La actividad principal de Marcelo, o Chelo como lo llamaban, era humillar a los más chicos, a los menos favorecidos, a los tÃmidos, gordos, petisos o a cualquiera que no encajara en sus estándares.
Claro, Marcelo era una especie de Adonis de cuerpo marcado, morocho y, a pesar de tener la misma edad que yo, completamente desarrollado.
Pero lo que más destacaba de Marcelo era el tamaño de su verga que era definitivamente extraordinario. Y él lo sabÃa.
El pibe de la inmobiliaria se paseaba por todo el vestuario con la pija siempre semierecta y moviendo las caderas de forma que se sacudiera de un lado al otro molestando y humillando a todos a su paso. Menos a su numerosa corte de acólitos.
Yo me consideraba demasiado insignificante, incluso para ser humillado por el lÃder de la manada, por el Macho Alfa indiscutido; y durante mucho tiempo logré pasar inadvertido.
Pero eso iba a cambiar.
Ahà estaba él, parado en la entrada del pasillo con la toalla colgando del hombro cortándome toda vÃa de escape.
“Asà que te escondés, gordo” me dijo.
Aún recuerdo el escalofrÃo que sentà recorrerme el cuerpo desde la cabeza a los pies por toda la espalda, un miedo que me dejó paralizado por un segundo hasta que fijé mi vista en la magnÃfica poronga que colgaba entre las piernas de Marcelo y ya no hubo nada más en el mundo para mi.
TodavÃa hoy la recuerdo y si cierro los ojos puedo recorrer con la memoria sus venas marcadas, su prepucio, su pelambre renegrida, sus testÃculos.
Una parte de mi me decÃa que sacara la vista de la pija de Marcelo pero mis ojos no respondÃan. Y mi pija, una pijita lastimosa al lado de ese monumento a la chota, era recorrida por un escozor que anunciaba la erección inminente.
Obviamente Marcelo se dio cuenta de que no podÃa alejar mi vista de su miembro.
“¿Qué pasa? ¿Te gusta?”
Comenzó a caminar hacia mi.
Comenzó a caminar hacia mi.
“¿La querés ver más de cerca?
Se subió al banco de madera y siguió caminando. Se puso frente de mi con la chota a la altura de mi cara.
Se la agarró con la mano y la empezó a sacudir frente a mÃ. Se empezó a parar y yo no podÃa dejar de mirarla.
“Mirala gordo, mirá como se pone. Parece que te gusta, No?”
La pija estaba ya casi totalmente erecta y Marcelo empezó a correr el prepucio para dejar a la vista el glande que era extrañamente muy rosado y mucho más claro que el resto.
El pibe se estaba excitando notablemente, se estaba masturbando frente a mi cara, a solamente un par de centÃmetros y yo podÃa oler, sentir esa mezcla de aroma a jabón y a chota que desde ese momento logra excitarme instantáneamente.
Por un instante pude levantar la vista y mirar hacia su cara. Estaba con los ojos cerrados en pleno éxtasis masturbatorio.
El buche de sus pibes
Y de pronto supe lo que tenÃa que hacer.
Abrà la boca y la acerqué a su pija, solo un poco, hasta que mis labios rozaron su glande que se cubrÃa y descubrÃa mientras se pajeaba. Solo rozar su glande para que sintiera el contacto de mis labios.
Dejó de pajearse, puso su capullo entre mis labios húmedos un instante para luego comenzar a entrar en mi boca muy despacio.
De pronto los roles habÃan cambiado, yo abrÃa la boca agresivamente para comerme todo ese pedazo de poronga y el ingresaba con una timidez y un cuidado que no le eran propios.
“¿Que te pasa? “¿Te gusta?” le pregunté antes de que la pija no me dejara hablar.
Asintió con la cabeza.
“¿Vas a querer que te la siga chupando?”
Otra vez asintió.
“Vos no te metas conmigo, dejame en paz y yo te la chupo todas las veces que quieras”
Abrà la boca y me la tragué entera.
A pesar de que hacÃa varios meses que le venÃa chupando la pija a Daniel casi todos los dÃas, y algunos dÃas más de una vez, la poronga de Marcelo era algo distinto.
Más allá del tamaño XL, era una pija de un adulto plenamente desarrollado, mientras que la de Daniel era la pija de un adolescente.
La pija de Marcelo exudaba olor a hombre, a macho excitado; tenÃa una pelambre negra, espesa, áspera que me hacÃa cosquillas en la nariz cuando me la tragaba hasta el fondo.
Me agarró la cabeza con las dos manos y me la mandó hasta la garganta, me costaba respirar pero logré superarlo y le agarré las nalgas con ambas manos para sentir la textura de su piel y apretarlo aún más contra mÃ.
Le recorrà con mis manos el culo, las piernas, los huevos, el pecho. Todo su cuerpo estaba cubierto con una mata de pelos, algo inusual para un chico de menos de quince años.
Cuando comenzó a gemir no me dio tiempo a sacarme la pija de la boca y me la llenó de semen. Nunca después de ese dÃa sentirÃa esa cantidad de leche llenando mi boca; era, después lo supe, su primera eyaculación con otra persona, nunca habÃa tenido sexo de ninguna forma con nadie y hasta ese momento solamente se habÃa masturbado solo.
TodavÃa agarrándome la cabeza me sacó la pija.
Levante la vista y abrà la boca bien grande para que viera lo que habÃa hecho. Su cara era de sorpresa, satisfacción y algo de miedo por lo que habÃa pasado.
Yo, por mi parte, no sabÃa qué hacer con ese buche de semen que tenÃa en la boca. Asà que le saqué la toalla que todavÃa tenÃa colgada en el hombro, escupà todo el guascazo, la hice un bollo y se lo dÃ.
Marcelo se bajó del banco y se fue caminando por el pasillo. Era una persona diferente de la que habÃa entrado hacÃa no más de cinco minutos dispuesto a humillar a un pibe indefenso.
Antes de que saliera del pasillo le dije:
“Chelo! Acordate, si vos cumplis, yo cumplo”
“Si, si” dijo. Y se fue.
Y no solamente cumplió, sino que se transformó de pronto en otra persona. El matón de pronto se convirtió en un tipo amable, agradable y en un lÃder absolutamente positivo.
Durante ese verano lo mamé y lo masturbé infinidad de veces. En el club, en su casa, en la mÃa, en el cine. Porque durante un tiempo nos hicimos inseparables y andábamos todo el dÃa juntos.
Un par de mamadas después de esa primera me empezó a pedir la cola, cosa que yo nunca quise entregarle porque suponÃa que después de eso las cosas podÃan volverse en mi contra.
Hice todo lo que me pidió menos eso, y cuando consiguió alguien con quien coger, una minita que después fue su novia y hasta hoy es su esposa, perdió el interés en mis mamadas.
Pasaron muchos años desde ese verano; solamente nos cruzamos un par de veces y nos hicimos los boludos.
Yo cada vez que paso por la inmobiliaria me detengo a ver si lo veo, pero nunca lo encontré. Hasta la otra noche.
El pasado a la vuelta de la esquina
Yo pasaba y él salÃa. Inconfundible: morocho, alto, atlético pero con una cabellera entrecana que lo hacÃan muy interesante.
Pasé a su lado despacio, creo que se asustó un poco.
“¿Chelo?” le dije.
Me miró sin reconocerme.
“¿Te acordás de mi?”
Negó con la cabeza.
“Del club” y llevé el puño cerrado a la boca con movimientos de ida y vuelta. Le sonreÃ.
“Ah! Estás muy cambiado”
“¿Viste?, Ya no soy el gordito”
“No, no. Cambiaste mucho”
“No tanto, vos estás muy bien.”
“Gracias”
“¿Te llevo?” Le pregunté
“¿A dónde?”
“Donde quieras”
Sonrió.
“¿Y a hacer lo que quiera?”
“Todo lo que vos quieras”
“Ok” dijo. y se subió atrás, como un pasajero “Justo iba a ver un departamento vacÃo”