Juan Manuel Di Laurentis | Ritual del Ngoso | Incesto | Hay que ser bien macho para bancarlo Al pié del Kilimanjaro existe una etnia cuyos ...
Juan Manuel Di Laurentis | Ritual del Ngoso | Incesto |
Hay que ser bien macho para bancarlo
Al pié del Kilimanjaro existe una etnia cuyos jóvenes varones adquieren derechos de adulto con la obstrucción del ano.
Llevan en el orto un tapón ritual llamado ngoso, para luego renacer nueve meses después, como hombres.
Al caminar usando el ngoso la próstata se estimula, por lo tanto, muchos iniciados, andan todo el día al palo.
Mientras la tribu cree que hombres y novicios no cagan ni emiten gases, el hechicero libera los ojetes cada noche, los hace defecar en grupo entre humos rituales, y vuelve a ponerles el tapón.
Solo los hombres adultos conocen este secreto.
A lo largo de su vida adulta ningún hombre emitirá un gas en sociedad. Defecarán alejados de la tribu enterrando las heces y harán creer que sus ortos están sellados.
El rito del ngoso simboliza la clausura del culo para que la pija cobre dimensión imaginaria.
Todo varón, a partir de la iniciación, no vuelve a pajearse. Entonces, en la casa de los hombres hay un caballete ritual con un orificio de suave cuero mullido y lubricado con grasa. Los iniciados en fila, introducen la chota y serruchan en el hueco para aprender con el guía espiritual el arte de dar satisfacción a sus esposas (pueden tener varias)
La guasca derramada se tributa a la tierra.
Transcurridas nueve lunas, renacen como hombres, contraen matrimonio en una ceremonia donde toda la aldea participa y tienen derecho a poseer ganado.
Parte de la vida social masculina es reunirse solo los hombres para la danza, alardear de sus porongas, hacer trueques y tirarse libremente pedos.
Se tolera que hombres adultos, por tanto casados, duerman juntos o se acaricien en privado. Esto da cuenta que muchas tribus africanas legitiman lo que es esperable de la conducta humana y que occidente condena a la clandestinidad.
Ngoso d'or
El ngoso que papá me otorgó, era un cilindro tallado en oro de extremos redondeados que me entraba perfecto.
Él me lo ponía y dejaba todo el día. La sensación era indescriptible.
Nos bañábamos planeando nuestro futuro.
Papá había usado sus contactos. Adquirió tierras en Argentina, también otras en lo que hoy es el Parque Nacional Limpopo.
Cuando estábamos cerca se le paraba la pija (con el ngoso yo la tenia siempre parada) A veces me buscaba, a veces lo buscaba yo y nos echábamos un polvo en algún rincón, en un baño, en el escritorio. Él me sacaba el ngoso y me comía el orto sobre una mesa o me llevaba en pelotas a nuestra cama.
Se vienen los cambios
La estación lluviosa estaba terminando. Decidimos que yo no volvería a Suiza.
La orden de abandonar Mozambique fue contundente. Portugal había liberado sus territorios coloniales en África.
La OTAN decretó el alto el fuego, pero el ejército comunista revolucionario patrullaba las calles y saqueaba las casas de los blancos con fusiles o a punta de lanza.
Mi padre, por sus malos manejos o por su trato con los traficantes perdió toda influencia política.
Estábamos enamorados. Era lo único que importaba.
El aeropuerto internacional se clausuro pero debían enviar un avión de la ONU para transportarnos.
Nos estableceríamos en Buenos Aires.
Makike partió a Natal, su tierra. El viejo me obsequió una danza tradicional para el príncipe heredero zulu. Me entregó un collar imperial de cuentas y a mi padre su lanza. Papá le dio una bolsita con diamantes que cuando abrió casi se desmaya.
La casa fue nuestra. En pelotas por los patios donde crecía el yuyal y las mariposas azules proliferaban, cogíamos.
En la cocina mientras nos preparábamos una comida, cogíamos.
Mi padre meaba a la intemperie y yo le sostenía la pija. Me gustaba sentir ese meo glorioso pasando por su caño.
Si yo debía sentarme en el inodoro él, mientras tanto, me acariciaba las manos, me besaba la boca, me hacia chuparle la pija.
Por las noches me cogía y me pajeaba para que acabáramos juntos.
Después que me introducía el ngoso, me concedía su orto, se sacrificaba por mí.
Me amaba.
Una vez me hizo prometer que mi culo solo sería suyo, que cuando no estuviéramos cogiendo tendría siempre puesto el ngoso. Reí. Se puso serio.
Obsesivo insistió en que era algo importante. Me lo hizo jurar. Sellamos el pacto con nuestras guascas.
La tarde nublada del 22 de junio de 1975 habíamos hecho el amor, nos habíamos bañado y vestido. Cuidadoso me colocó el ngoso.
Merendábamos disfrutando la brisa de tormenta en uno de los patios.
Fin de época. Vinieron por los diamantes
Reventaron la puerta.
Negros uniformados de combate nos apuntaron. Papá arguyó que la casa era territorio de otro país.
Exigieron los diamantes. Papa negó tenerlos.
Una cuadrilla registraba el interior mientras la otra nos puso contra la pared. Encontraron los diamantes. Dispararon. Papá cayó. Me arrojé sobre él y me apuntaron a la cabeza. Fue todo muy rápido.
En dialecto, una voz ordenó NO DISPAREN.
Sobre un charco de sangre yacía mi papá.
Un viento huracanado, acaso el último de aquella estación, se levantó como queriendo llevarnos lejos.
Lo besé, me bañó su sangre. Grité.
Ciego abrí su bragueta. La hermosa poronga que amaba estaba dura y caliente. Aluciné que vivía.
Desesperado la entré a chupar anhelando que reaccionara. La muerte violenta y rápida se la había puesto al palo.
La voz de mando me tomó de los hombros y me dijo tiernamente:- “Nada puedes hacer Didimvu(1). Ven conmigo”.
Me liberé de él, lo insulté, me arrojé sobre el cuerpo yacente cuya verga espléndida seguía descubierta.
Miré sobre nosotros. El cielo oscuro nos rondaba como un predador infinito y blasfemé. Grité desafiando a Dios con todas mis fuerzas con la certeza de que me estaba castigando:
-ESTAS CONFORME AHORA? YA ESTAS SATISFECHO? FUI DEMASIADO LEJOS PARA VOS?
Un relámpago estalló iluminando aquel palacio en ruinas.
Me sacaron esposado bajo una copiosa lluvia.
En el camión militar reconocí la cara de esa voz marcial. Era el pibe que en la playa jugando divertido me había chupado la pija.
A Mozambique regresé después de muchos años.
Siempre vuelvo en la estación seca, pero aún así, sigo escuchando la copiosa lluvia.
- Didimvu: Apocope Izizulu de la referencia a “el que tiene el culo del color de una rosa.” Nombre con el que me habían bautizado los pibes del ritual del baño en la playa.
Continuará…