Otra vez sentía miedo. Pero debía cumplir con mi destino Dispuse que dos viudas jóvenes fueran a entretener a los pilotos. Expertas en chu...
Otra vez sentía miedo. Pero debía cumplir con mi destino
Dispuse que dos viudas jóvenes fueran a entretener a los pilotos.
Expertas en chupar pijas, les sacaron dos lechazos a cada uno y después, bien entrenadas para no preñarse, se hicieron coger por el orto hasta dejarlos agotados debajo de un sicomoro.
Los pibes divertidos se acercaban a ver los dos tipos roncando con los pantalones bajos y las vergas aun semiduras con hilos de moco que les colgaban.
A mi primo le hice preparar un baño en mi choza. Lo ayudarían mis esposas y los hombres de mi séquito personal.
Pero me contaron entre carcajadas que pidió paños para cubrirse y no mostrarse, que se metió en calzones en el agua con una carpa que no se podía disimular y estuvo al borde de los gritos cuando quisieron fregarlo.
Se quejó de nuestras toallas, del piso de heno, y como vimos que sería un problema para una despedida íntima con mi gente, le propuse fuera a traerme ropa adecuada y volviera dos días después, porque yo solo contaba con taparrabos y algunas túnicas.
Los ancianos que nunca se habían tragado mi relación con el León detestaban mi influencia con la gente.
Mis intuiciones, sostenidas por la adoración popular, se las masticaban con estoicismo, pero me odiaban.
Haber tenido que legitimar el amor entre dos hombres como algo esperable y propio de la naturaleza cósmica no me lo perdonaban.
De modo tal que mi ida, sin saber por cuánto tiempo, les daba ventajas políticas.
Aprobarían cualquier comunicación al pueblo que confirmara mi decisión.
Era real que toda fundamentación mística venida de Inani era acatada por temor a los ancestros y no se cuestionaba ni aún en privado, porque los espíritus podían escuchar.
Pero en mi ausencia, temía por la vida de la vieja.
Una muerte espontanea a su edad, pasaría desapercibida y yo deseaba hacer cumplir su deseo de elegir ella el momento de partir de esta existencia.
Como en cualquier ocasión, esa noche danzaron:
"Didimvu Umzalwane viajaría al mundo de los blancos para pronto volver con grandes beneficios."
Eran ingenuos, creían y querían creer, tenían la capacidad de sorprenderse.
Solo vivían pensando que el futuro sería mejor.
Como no amarlos entonces, como no querer ser como ellos y como no intentar que su vida fuera otra cosa, porque en un punto, eran vulnerables, y yo les debía demasiado.
Tenían lo que muy pocas veces vi en individuos humanos supuestamente civilizados, mucho menos como rasgo particular de toda una sociedad:
La capacidad de amar, de velar por la felicidad de un otro, de cuidar al prójimo a pesar de tenerlo todo en contra en lo cotidiano individual.
Cuando niños y mujeres se fueron a dormir, uno de mis “acólitos” me dijo que algunos varones solteros querían una reunión privada conmigo.
Me montaron en litera, e iluminados por antorchas me llevaron dentro de la noche cantando alabanzas.
Cruzaron el rio nocturno que reflejaba la luna. Ivan conmigo en andas cuidando de no mojarme
Grandes hogueras en un amplio claro habían preparado, y en el centro, bajo las estrellas, una amplia tarima mullida cubierta con pieles, jugos, licores de frutas fermentadas y manjares hechos por sus manos masculinas.
Me quitaron mi atuendo ceremonial y me dejaron desnudo. Todos ellos se desnudaron.
Eran los negros más bellos de mi aldea, acaso unos 30 muchachos bien formados con un niño ciego con voz de ángel que acompañándose por un N´Goni(1) cantaba una canción que hablaba del amor en el agua.
Se arrodillaron y besaron la tierra frente a mí.
Se definieron como Izingani emfuleni(2), una especie de orden de adeptos a la unión entre los hombres.
Me rogaron que los dejara complacerme.
No tuve palabras. Solo los invité a que se recostaran junto a mí y compartieran conmigo las ofrendas.
El olor a hombre, a flores y frutas era delicioso.
Algunos empezaron a besarse y yo me puse al palo.
A cierta distancia había un joven hermoso de mirada inquietante. Le estire la mano.
Me besó primero la palma y después la boca mientras otros dos, uno me agarraba la verga lamiendo la cabeza mocosa y el otro me tragaba los huevos y luego se comían las lenguas.
El de ojos bellos me puso de pie. Con las piernas abiertas y algo inclinado deje que un cuarto me chupara el ojete.
El de ojos de fuego se puso detrás de mí. El chupador de orto resulto tener un culo maravilloso y se me puso en cuatro. Los otros siguieron mamando a este último mientras yo lo garchaba.
Lo taladré a fondo.
No pude resistirme al puerteo del que me había comido con los ojos y ahora me comía el cuello y las orejas.
La sentí adentro gruesa. Era Yo, empalado y empalando.
Encontramos la forma de serruchar armónicos y acabamos como burros los tres, mientras los cuerpos iluminados se movían como una oleada y las vergas sobresalientes escupían y escupían
Culos abiertos y temblorosos chorreando leche, músculos retorciéndose y yo, entre ellos, entrelazado, pegoteado en negros sudores masculinos mientras me daban una nueva mamada y chupaba otra pija y luego un ojete en tanto me acariciaban, me lamían y me llenaban el cuerpo de guasca besándome hasta hacerme acabar mas veces y quedar dormido.
Resolví que ellos fueran los protectores directos de Inani con sus propias vidas, y dejé en manos de la vieja la supervisión de la crianza de mis hijos.
Vi la aldea desde el aire por primera vez:
La abrazaba la cerrada curvatura del Limpopo y la rodeaba el verde más intenso. Era perfecta.
Cebras y jirafas huían galopando. Allá una familia de elefantes y desde la espesura, sentí que nos miraba un blanco León.
Un bosquecito de acacias acogía rinocerontes negros que alzaron hacia nosotros sus narices unicornes
Donde estarás Omari, donde…
En África quedaba latiendo mi corazón con mi espíritu y con mi alma.
Cómo no llorar entonces frente a la mirada imbécil de mi primo.
- África volveré!!
Y vaya si volvería.
Continuará…
(1) N´Goni: Instrumento de cuerda africano como un arpa con caja de resonancia
(2) Izingani emfuleni: Expresión que dice de ser hijos o semillas del rio y que es referida a mi último momento con Omari