José MarÃa Gómez | Las pensiones | El Braulio | La historia del muchachito con el que estuvo el Braulio esa tarde en el baño del cine El ...
José MarÃa Gómez | Las pensiones | El Braulio |
La historia del muchachito con el que estuvo el Braulio esa tarde en el baño del cine El Cairo –para ser más exactos, donde se repartieron los favores–, es bastante ejemplificadora, mejor dicho, se trata de un ejemplo repetido: el famoso tÃo, hermano de la mamá en la mayorÃa de los casos.
El pibe se hizo conocido, se hacÃa llamar Miki (aunque su verdadero nombre era Miguel) y él personalmente me contó su iniciación, mucho tiempo después, cuando me llegó la hora de conocerlo. Entre paréntesis, era real que aquella tarde el pibe era menor de edad, andaba por los diecisiete, y fue un peligro para todos durante largos meses porque el guachito era insaciable y se lo podÃa encontrar en todos los baños de Rosario, que no eran muchos, sin embargo y, por eso, todos los habitué se conocÃan. Puedo certificar que cuando Miki cumplió finalmente sus dieciocho años, todos respiraron aliviados.
El pibe era de Rojas, una ciudad importante del interior agrario y, por lo tanto, su familia poseÃa una cierta cantidad de hectáreas de siembra. En aquellos años la soja no se habÃa “descubierto” asà que todos en la familia debÃan trabajar intensamente para tener un buen pasar, incluyendo al hermano de su mamá, cuya tarea era acarrear el trigo hasta los silos cercanos al puerto de Rosario para su posterior comercialización. El hombre era muy simpático, más bien del tipo bromista, según pormenorizaba Miki, y desde siempre habÃa sido su preferido de entre todos sus parientes. La madre de Miki adoraba a su hermano (quien era el menor de su familia y, cuando murieron sus padres, lo trajo a vivir con ella, a la propia). Por esos dÃas el tÃo era un muchacho rubión y grandote y le llevaba a su sobrino unos diez años de edad. Fue el que le enseñó a andar en bicicleta, a nadar y a mirar a las chicas. Sin embargo, en el último rubro no fue nada exitoso pues a Miguel, futuro Miki, no le interesaban demasiado; sin ir más lejos, lo que más le gustaba era estar con su tÃo (cuyo nombre no puedo recordar) y, sobre todo, subir al camión con él: un camión enorme, de color rojo, propiedad de la familia, y que su tÃo conducÃa con pericia y extraña satisfacción: “Cuando estaba en el camión parecÃa otro, se exaltaba, querÃa que yo aprendiera a manejar, me sentaba sobre sus piernas y me enseñaba los cambios, a apretar todos los botones, una locura total pero que a mÃ, sin darme cuenta todavÃa, me sumÃa en un estado de calentura que me desesperaba”, me contaba Miki, ya mayor, tomándonos unos martinis en el Augustus, ubicado en Córdoba y Corrientes, una confiterÃa frecuentada por los tipos de la Bolsa de Comercio que estaba cruzando la calle. Entre paréntesis, el mismo bar donde el Braulio “levantó” al tipo que mataron y por el que fue a la cárcel, pero eso viene después, lo prometo aunque me va a costar escribirlo. Sigo. Un dÃa el tÃo le preguntó, a boca de jarro: “¿Sabés hacerte la paja?”, y ahà nomás le enseñó pero atrás, en el compartimiento para dormir, el mismo lugar en donde, algunos años después, en un viaje a la ciudad de Rosario con el camión cargado de trigo y luego de preguntarle, intempestivamente: ¿Sabés cojer?”, el tÃo mocetón de poronga muy corta pero gruesa, luego de detener el camión y ubicarlo en un playón merodeado por prostitutas, lo quiso hacer debutar. Pero no pudo aunque la mujer, bastante experimentada, se esmeró. Hasta que llegó la pregunta fundamental, definitiva, y ahà Miki, cuando lo contaba se entristecÃa (y habÃa que repetir el martini): “¿Vos sos puto, nene?”, dice que le dijo el tÃo. Para entonces ya se habÃan retirado del playón de la ruta y, anocheciendo, se veÃan a lo lejos las luces de la ciudad. Miguel no sabÃa la respuesta, o sÃ, pero en todo caso era una pregunta estúpida, malediciente, y más en boca de su tÃo a quien amaba. Fue durante su primer viaje a Rosario (siempre habÃa querido hacerlo, desde niño) y otorgado a regañadientes por sus padres (que lo concedieron finalmente como regalo de sus quince años). Entonces el tÃo detuvo el camión rojo a un costado de la ruta, “que era enorme”, repetÃa Miki con su tercer martini encima, y le dijo, con una voz desconocida: “Me agarró el sueño, por qué no nos vamos a descansar, atrás”, un argumento extemporáneo, equÃvoco, perturbador, si se quiere. ¡Y me la puso, podés creer que me cojió, mi tÃo, y con qué ganas!, exclamaba, terminando la copa, con ganas de una más pero no nos alcanzaba la plata.
Continuará.