Juan Manuel Di Laurentis | Didimvu umzalwane | Africa | [caption id="attachment_13741" align="aligncenter" width="...
Juan Manuel Di Laurentis | Didimvu umzalwane | Africa |
[caption id="attachment_13741" align="aligncenter" width="600"] Cerré el orificio con el más rutilante de los diamantes azules[/caption]
A los once, cuando vi por primera vez una chota adulta, quise que la mía luciera así.
Aquella no era circuncisa, pero su cabeza en flaccidez se mostraba desnuda, como si estuviera erecta. Era la de nuestro profesor de esgrima allá en Suiza.
Luego de mear, me la guardaba pelada y apretada dentro del calzón. Con el tiempo el prepucio quedó siempre retraído y se desarrolló mas la cabeza curtiéndose su piel.
Entonces entre Tsongas, no tuve que pasar por la circuncisión como todo aspirante a hombre.
Inani, la Sangoma (1) vio mi pija y expresó su aprobación encantada.
Para ser Sangoma, bastaba una experiencia mística. Lo mío con el león era ya leyenda.
La vieja me aceptó como discípulo, por ser sabia en cuestiones trascendentales, pero también creo, más por amor a las pijas.
Yo era “Didimvu umzalwane”(2), hermano del León Sagrado, un símbolo, y por tanto puro.
No necesitaba rito de purificación masculina.
Y además, un Sangoma, no era masculino ni femenino, era un ser mas allá de esas categorías.
El adolescente Zulu, luego de ayunos y exorcismos, se cubría de barro. Después se secaba al sol para arrojarse entonces al río helado.
Al limpiarse del barro el cuerpo quedaba adormecido.
El Sangoma estiraba el prepucio, palpaba el lugar del corte y recitaba los conjuros. El Inyanga (3) cortaba y luego emplastaba con hierbas.
En mis brazos, delirando de fiebre y retorcido de dolor, con la chota inflamada como una pelota de béisbol, murió más de un joven de septicemia.
Muertes que se atribuían a los malos espíritus y por tanto a una impericia mágica.
Grande fue la lucha con el viejo curandero para que me permitiera aplicar anestesia, esterilizar la hoja ritual con fuego, suministrar antibióticos y en principio usar agua y jabón, elementos que por mi cuenta hice traer a la aldea.
El rito de purificación podía hacerse sin sangre.
Introduje la meditación, el encomendarse a los entes machos y el lavado cotidiano de las pijas, pero estoy hablando de costumbres ancestrales y de resistencias culturales.
Además, los cuerpos eran del Inyanga, solo las almas eran mías.
Por fortuna erradiqué la ablación del clítoris, al menos en mi tribu.
Argüí que el espíritu del León Blanco me lo había dictado.
Quien obligara a sus hijas seria devorado (se creía que la lepra era un espíritu con forma animal que comía la carne desde adentro)
[caption id="attachment_13743" align="aligncenter" width="600"] Le supliqué que no me torturara más.[/caption]
Aprendí el arte de la adivinación, la cura espiritual, la interpretación de los sueños. Supe leer el oráculo en los huesos petrificados de hiena, animal sagrado de las sombras en su contacto con el inframundo.
Debía vomitar, ayunar y purgarme para tener mayor capacidad de captar los mensajes y señales (acaso un simple ejercicio de la telepatía).
Tenía obligaciones y debí embarazar en consecuencia a tres muchachas elegidas por inteligentes, saludables y bellas.
A los 18 fui padre de una niña y dos niños, que nacieron casi al mismo tiempo.
Pero en mi intimidad, necesitaba de Omari.
Él fue el hombre más valiente, noble y fiel que he tenido.
Cuando le exigieron esposa, se negó rotundamente.
Dijo al consejo de ancianos, a riesgo de ser desterrado, que él estaba destinado a Didimvu umzalwane
Inani, pertenecía al consejo con el mismo status de voz y voto que los viejos portadores de grandes pijas. Era Sangoma, o sea, ni femenina ni masculina.
La Vieja astuta, quería para mí lo mejor. Defendió la postura de Omari mediante referencia de antílopes, leones y elefantes machos que habitualmente se apareaban, por tanto nosotros, meros hijos de esos bravos espíritus, cometíamos herejía si nos oponíamos a dictámenes superiores.
Podíamos ser castigados. Su alegato no fue refutado.
Aquella mañana le dije a Inani que había algo de opresión en mi pecho. La madre hechicera me tocó y dijo que era exceso de felicidad.
Omari me esperaba desnudo y escondido tras un árbol, alegre y espléndido.
Bromista me atrapó al pasar.
Nos besamos, nuestras vergas deseosas se buscaban. De la mano fuimos al rio.
Omari me dio vuelta, me masajeo la espalda y me dijo al oído cuanto me amaba.
Me lamió desde la nuca hasta recorrer con su lengua mi entera humanidad.
Me sentí volar. Me metió lengua hasta en el alma. Le suplique que ya no me torturara más.
Gentil, me enterró despacio su tremenda verga.
Me disfrutó, me socavó, me dilató más lejos, más profundo.
Sus huevos enormes por detrás de mí, golpeaban los míos.
Con su mano me cubría la cara y la garganta.
Rosaba con su palma mi inflamada poronga, me apretaba las pelotas y bajaba a constatar con sus dedos ensalivados en mi boca, que su mástil estuviera hasta el fondo.
Con la otra mano me frotaba la coronilla mientras me garchaba.
Yo era la selva, Omari la lluvia. Omari el río encendido que me atravesaba.
La verga dentro de mi ojete se expandió hasta lo impensable y explotó.
Omari cayó sobre mí.
Acabe sin tocarme arrasado por el placer y apremiado por ese cuerpo de ébano largo y perfecto que exaltaba mi blancura.
[caption id="attachment_13742" align="alignright" width="370"] Yo era la selva, Omari la lluvia[/caption]
Entonces, los sonidos excitados de la selva callaron e hizo silencio el agua.
La sangre de Omari se deslizaba caliente por mi hombro hasta teñir el río.
El balazo fue en medio de los ojos. Rifle con mira telescópica y silenciador.
Un jeep militar se abrió paso alejándose por la espesura y ahuyentando la vida que huía desesperada.
Quedé nuevamente solo, acaso estos Dioses tampoco fueran los míos.
Cerré el orificio de bala con el más rutilante de los diamantes azules
Omari tuvo las exequias de un rey.
Cuando el pueblo intentaba despedir a su gran guerrero, un rinoceronte negro apareció.
Era una hembra preñada
Olfateó el aire y se retiró por donde vino. Su silueta fue recortada por el rojo poniente hasta perderse entre espejismos.
Sentimos paz. Supimos que en ese vientre iba el alma del gran Omari, de mi Omari.
Entonces lloré, pero sigilosamente.
Yo era Didimvu umzalwane, debía ubicarme más allá de la vida y de la muerte.
- 1 -Sangoma: contador del tiempo, altamente reverenciado, maneja las artes de la adivinación y tiene funciones políticas de representación de los espíritus de antepasados. Es sanador espiritual por antonomasia.
- 2- Umzalwane: Voz Zulú que refiere al hermano en el sentido místico, como en occidente se llama hermano al monje que comulga la misma religión. Es este contexto se refiere al que es un par del animal emblemático y sagrado, y por tanto porta sus características.
- 3- Inyanga: Hay dos tipos principales de curanderos tradicionales dentro de los Nguni , Sotho-Tswana y Tsonga sociedades del sur de África: el (sangoma), y el herbolario (inyanga) es un chaman que aplica métodos concretos de curación a través de hiervas y brebajes, tiene el control del cuerpo pero no del espíritu para lo cual se recurre al Sangoma.
Continuará…