José MarÃa Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos| Está lloviendo mucho, dijo. Sà , le contesté. Y tengo miedo . Yo también , le contest...
Está lloviendo mucho, dijo.
SÃ, le contesté.
Y tengo miedo.
Yo también, le contesté.
Y llovió todo el tiempo, con furia. Cuando dejó de llover, hacia la madrugada, Ismael estaba largando espuma por la boca. “Aguantá, aguantá, no seas mantequita”, le decÃa yo cuando se quejaba. Todos hemos visto a un muchacho desnudo alguna vez. Eso y la ceguera es lo mismo. El culo de Ismael. Me estiré, mis piernas colgando afuera de la cama, besé y lengüeteé. Pero antes lo senté al borde de la cama. Me arrodillé. Desaté los cordones de sus zapatillas, saqué sus medias, las olÃ, olÃan a perfume al igual que sus pies. Besé sus plantas, mi saliva tibia, enjugándolos. Me acosté sobre él, cabeza con cabeza, pecho con pecho, pija con pija, rodillas con rodillas. Su cuerpo como un prado verde, y yo animal. Peregrino y con los pies cansados llegué y él me esperaba, exactamente ahÃ, en la Iglesia, junto al agua bendita, me la ofreció con la punta de los dedos, me la entregó con la punta de la pija. “¡Date vuelta, por favor, date vuelta!”, susurré, como un rezo. Besé sus manos, sus dedos como joyas fuertes: “¡Apretá ahÃ, corazón!”, como queriendo arrancarme. Palabras bellas, desmayadas, como flores arrojadas a la tumba de un muerto: “Eso, mi amor, asÃ, dejame que… esa colita, mi amor, dejame que te coja, mi amor”. Me agarré fuerte a sus muñecas, como un náufrago, en todo caso morirÃamos juntos. Lo observé: media cara hundida en los almohadones, ojos cerrados, boca abierta, baba, quejándose: “¡Ay, que me duele!”. Me acordé de la Virgen, su dolor inmenso y su alegrÃa pues era la elegida. “Te regalo esto, guachÃn”, le dije, mientras la metÃa. Antes, mucho antes, desvistiéndolo: “Es la primera vez, papi, vos sabés”. Sobre mi cama grande, ambos, acostados uno al lado del otro, desnudos ambos. Erectos. La pija de Ismael, inmensa, mi pija bendecida por Dios. En breve alimentada en abismo, el culo del muchacho generoso como un pan caliente. Me abrazó, Ismael, también llorando: Bueno, quiero… ¿me vas a hacer doler…? No quiero escribir esto pero debo hacerlo. Es mi homenaje, un óvolo salvaje al altar del deseo. Cuando Ismael se abrió, en el momento en que su esfÃnter virgen apretó mi verga, su ángel de la guardia abandonó la estancia, lo dejó solo el puto, a mi merced. Pero yo lo cuidarÃa, y mejor que su padre, nadie le harÃa daño mientras esté conmigo. Sólo yo, pero con ternura. Dolor, suave dolor, un condimento pero también la prueba necesaria. Sin dolor no hay nada. El dolor es una vibración conectada al universo. Lo es también el amor, por supuesto, pero andan juntos como en este caso. Es la superioridad del amor homosexual, de la cojida fuerte, comprender de un saque todo el misterio del Universo. “Me duele mucho, papá, sacámela un poquito”. Y lo hice. TenÃamos toda la noche por delante. Y llueve. Y hay tormenta. En algún momento de la noche un viento fuerte desplegó las ventanas, enarboló las cortinas, iluminó la estancia con la electricidad del relámpago. En ese preciso instante lo monté de nuevo: “Te la voy a poner, Ismael”. Y lo hice, hasta el fondo, mi verga dura dentro de su culo blando: “¡Ay papá, ay, papá!”, con fuerza, con desesperación, como si me cojiera a mà mismo. Fin.