José MarÃa Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos| Desde ese dÃa me costó dormir. Me despertaba sumido en pesadillas. No obstante, al d...
Desde ese dÃa me costó dormir. Me despertaba sumido en pesadillas. No obstante, al despertar e imaginarlo ahÃ, en su cuarto, desnudo y solo y al alcance de mis manos, me sobrevenÃa una alegrÃa inmensa, unas terribles ganas de reÃr. Entonces lo recreaba. Recordaba su espalda, su cintura, el pliegue todavÃa inaccesible que llevaba sin pausa a la locura. VolvÃa a ver como enajenado sus brazos largos, sus piernas duras, sus pies, ¡oh, Dios!, sus pies tan delicados que daban ganas de besar, de arrodillarse. Entendà a la hermana de Lázaro. Su devoción. Yo no tendrÃa ungüento pero mi leche alcanzarÃa, ungirlo a pajas destempladas como a un Cristo de carne y hueso. Lo fantaseaba a mi lado otra vez. El pecho ondulado como las arenas del desierto, las tetillas de color rosa lastimadas de necesidad, su ombligo, ¡oh, Dios!, su ombligo como una florcita tibia para adornar mi boca. Cuando tomó mi mano aquella vez (cuando me dijo: “Por eso”), yo no sabÃa lo que iba a suceder. Lo miré a los ojos. Me miró. Entonces acercó mis dedos a su ombligo, a su origen, a una marca que de alguna manera nos unÃa.
(Y no solamente por Vergara, del cual me acordé inevitablemente. También se referÃa a lo fundamental. Todos somos hijos de un mismo dios. Desde esa perspectiva, todos hacemos el amor con hermanos. El amor homosexual es incestuoso. No tiene nada de malo, el asunto es que nos obliga a ser generosos, a no lastimarnos, a amar. Dios es amor, dicen, y justamente cuando cojemos es cuando nos damos cuenta, o deberÃamos. Estar con el otro, comulgar, penetrarnos, ser el otro en ese instante es sublime, es el regalo de un padre que nos ama, que la tiene clara, que quiere que seamos felices).
Pero no avanzó mucho más. Y yo tampoco, todavÃa. Una semana después yo acribillarÃa a ese mismo ombligo a mordiscones. Fue nuestra comunión y asà nos entregamos: padre e hijo, Dios y hombre, pija y culo. Ismael es muy creyente y yo también. Creo en el cuerpo del hombre que es mi pan.
Nos separamos como lastimándonos. Lo que iba a suceder, sucederÃa. Pero entonces, cuando quise retirar mi mano la retuvo. Fue apenas un instante pero durará toda mi vida. Quiere decir que son momentos indelebles y todos los hemos vivido alguna vez. En este caso sirvió para que percibiera algo que estaba ahÃ, muy cerca, apenas más abajo: su sexo, ¡oh, Dios!, su sexo como un panal de abejas que destilarÃa leche y miel como en la tierra prometida.
(Continuará)