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Vergara. Tercera parte

José María Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos|   “ Y… ¿hacemos negocio?” , me pregunta, apoyando una mano sobre mi rodilla, apretando u...

José María Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos|

 VERGARAY… ¿hacemos negocio?”, me pregunta, apoyando una mano sobre mi rodilla, apretando un poco y colocando la otra mano ahí, sobre el tremendo bulto, apretando también pero más bien acariciando, invitando, obnubilándome. Hasta ese momento habíamos estado conversando o algo así, mirándonos de reojo, estudiándonos. Después de la sorpresa y de las risas (cuando apoyé mi mano sobre su bragueta, ¿recuerdan?, (cuando apoyé mi mano sobre su bragueta, ¿recuerdan?, Vergara se echó a reír y yo también) un sentimiento de amistad nos inundó, de confianza, de recuerdos buenos. En definitiva, habíamos crecido muy cerca uno del otro y vivido juntos muchas cosas, muchas más de las que se necesitan para quererse, en fin, para permitirse algunas que los demás no entenderían, secretos nuestros, por ejemplo, intimidad, quiero decir, que me muestre la pija, esa, la de ahora, grande en verdad, o desnudarnos juntos, también, y antes de separarnos para siempre. Aclaración: cuando lo hicimos, es decir, cuando me dijo: “¿Y no querés ver todo, ya que estás?, ninguno de los dos sabía… rectifico: él sí sabía (¿acaso no les dije que estaba al tanto de las cosas antes que yo?), repito, Vergara supo antes que yo de mi deseo, lo supo desde siempre, desde que éramos niños, sabía que en algún momento me la iba a tener que poner. Por eso comenzó a desnudarse.


Pero antes la asomó. Y yo exclamé, involuntariamente: “¡ah!”. Era muy cabezona. Un rato antes, sentados todavía, le dije en broma: “No te hagás el inocente… ¿y ese pibe?” (Yo me refería al otro paraguayo, el debilucho que todavía andaba rondando por ahí)  “¿Cuál?, me preguntó. “Ah, sí, el putito… no le entraba, te juro por Dios que no le entraba”. Ya estábamos en materia, esos comentarios me mataban. O este otro: “Hay que tener una así, no todos se la aguantan… ¿y vos, eh, en un caso, digo, te la vas a aguantar?”. Y la voz, cuando decía esas cosas, se le espesaba, bajaba en decibeles, él, que hablaba siempre a los gritos y tenía la voz aguda, como muchos provincianos. “Todavía no vi nada”, le decía yo, provocándolo. Eso era antes, jugando todavía. “No te diste cuenta recién, cuando tocaste” Y yo: “Es que lo que no veo, no  lo creo”. Cosas  así. “Tocá otra vez, vení…”, urgía, envalentonándose, y yo mirando ahí con el corazón en la boca.


No sé si se entiende. A todos nos ha cojido un primo alguna vez. Y es hermoso. Porque hay (cuando lo hay) amor, confianza, hermandad. Y casi nunca hay dolor, sólo el imprescindible. Porque el guachito lo que quiere es coger, no hacerte daño. Por eso es que con Vergara nos pusimos a hablar así, como niños grandes, divirtiéndonos. Una mezcla curiosa de inocencia y calor, mejor dicho, candidez y una calentura feroz que nos estallaba en las pelotas. ¿Y por qué no le entraba? ¿No me vas a decir que le dolía…?”, lo apuré. “Y sí, mirá”, y se abrió el último botón de la bragueta.  Enmudecí. En el hueco de la tela, haciéndose lugar, un glande gigantesco de color increíblemente rosa se asomó y estaba herido. Por la hendidura sutil, perfumándolo, un líquido incoloro se derramaba indócil, en gotas, humedeciendo con la materia acuosa el grosor. Tragué saliva, y tuve sed. Entonces Vergara, quien siempre sabía lo que tenía que hacer, me miró profundamente y, sosteniendo mi mirada, humedeció sus dedos ahí y los llevó a mis labios. La línea tibia que maravillosamente se mantuvo desde su verga hasta mi boca nos unió para siempre pues no hay nada que una más que la sangre y, si no, la leche.


A continuación nos desnudamos. La cama grande de mis padres estaba ahí, invitándonos. Todo lo que iba a suceder era maravilloso, único. Vergara mismo lo enunció, sabiamente: “¡Ahora vas a saber lo que es un hombre!”


(Continuará)



Leé acá de José María Gómez, toda la saga de "Vergara"