José MarÃa Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos| Nunca me cojieron asÃ, con tanto furor y, extrañamente, nunca me dolió menos. Porque Ver...
José MarÃa Gómez | Nosotros y los Baños| Los Putos|
Nunca me cojieron asÃ, con tanto furor y, extrañamente, nunca me dolió menos. Porque Vergara era un hombre, qué duda cabe, y se comportaba como un hombre, es decir, que estaba ahà para ponérmela hasta que se me saltaran los ojos. Y tenÃa con qué hacerlo. Pero también era mi primo, un hermano, y sabÃa que estaba ahà para hacerme feliz, y ser feliz él también, y se esmeró por eso.
En un primer momento, no obstante, la bestia que tenÃa adentro se le despertó y tuve miedo. Me agarró de los pelos y apoyó mi cara sobre el espejo. Recuerdo mis labios desdibujados sobre el cristal, mi frente atribulada, la sensación que recorrió mi cuerpo al escucharlo decir, con voz desconocida: “¡Te voy a matar, te voy a partir en dos, vos no sabés lo que te va a pasar!”. (Odio tener que intercalar esto: Vergara con el tiempo entró a la policÃa y se destacó como interrogador de detenidos polÃticos).
Sigo: el otro Vergara, tal vez el verdadero, el chico con quien cazábamos pajaritos y me enseño a nadar en el rÃo de la zona, también vino y su dulzura y consideración me enamoró, es decir, que nunca podré olvidar la mejor parte, esa que lo hacÃa esforzarse para estar conmigo, acompañándome, sabiendo de mi goce e incrementándolo, inventando posiciones para colocarse delante de mÃ, para mirarme a los ojos, para decirme mientras intentaba introducirme con lógica dificultad la parte más monstruosa de su anatomÃa: “Soy tuyo, entendés, soy todo tuyo, primo, comeme, por favor”.
Fue la primera vez que hice el amor (en una cama y con un hombre muy hombre) y eso es inolvidable. Y no por la cuestión del tamaño (que tiene su importancia). La verga de Vergara, como dije, era muy cabezona. Sin embargo, el asunto es que a continuación venÃa una “manguera” cuyo grosor te daba escalofrÃos. (Hablando de “manguera”, Ismael (Dios oye), a quien instalé en el cuarto de invitados… pero no me voy a adelantar, sólo diré acá, porque viene al caso, que algunas cosas vienen de familia). Volviendo al tema, Vergara estaba muy enterado, aun siendo tan joven, de sus atributos. Yo me saco el sombrero. SabÃa que la única manera de que me entrara era hacerlo con amor. Pero no el amor que todos conocemos, el de las palabritas o las flores. El verdadero amor, el que se esmera en hacerte conocer la cara más profunda de la felicidad. “Verle la cara a Dios”, dirÃan algunos. “Tragarte una pija como la de Vergara”, agregarÃa yo sin tanta alegorÃa.
Y para conseguirlo, mi primo, sabiamente me hablaba, distrayéndome, para que yo me largara a reÃr, me hacÃa chistes de esos malos: “¿Querés jugar al teto…?”, me metÃa el dedo gordo en la boca, me apretaba la nariz, todo para que no pensara que esa cosa gigantesca que habÃa visto recién me estaba entrando por el culo, para que me entretuviera observando sus facciones que de repente se veÃan bellas, armoniosas, para que no tuviera ningún miedo, para que llegara finalmente el momento en que el cuarto metro de pija estuviera bien adentro y en vez de gritar como un descocido le pidiera, como lo hice (aunque con la voz estrangulada): “Dame más, metémela toda adentro, ¡ay!”.
Y comenzara a actuar el otro, tal vez el verdadero, el que una vez que me ensartó, giró sobre sà mismo y desde atrás y mordiéndome la nuca comenzó a galoparme, a gemir, a revolverse y hacer cosas para aumentar su placer y obviamente el mÃo: taparme la boca con su mano, tirarme de los cabellos, obligarme a mirarnos al espejo: “¡Mirá, comilón, mirá cómo te cojo!”...
(Continuará)