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En el Parque de la Costa...

Hace dos sábados fuimos con unos amigos al Parque de la Costa, ya que uno en particular rompía con que quería conocer porque le habían di...

Hace dos sábados fuimos con unos amigos al Parque de la Costa, ya que uno en particular rompía con que quería conocer porque le habían dicho que era muy bueno.

Llegamos a las 11.30 hs. y luego de abonar nuestros pasaportes nos pusimos a recorrer el parque y a “jugar” en casi todos los juegos mecánicos que allí había. Luego de unas horas decidimos descansar un rato y comer unas hamburguesas con una coca bien helada. Durante la comida, me dieron ganas de orinar y me dirigí a uno de los baños cercanos. Al llegar, dos muchachos con los uniformes de limpieza del parque estaban conversando y fumando entre ambos un cigarrillo contra la pared al final de la línea de mingitorios.

Mientras yo orinaba miraba de vez en cuando a los muchachos. Uno de ellos era morocho de pelo cortito, ojos cafés y un físico de envidiar, tendría unos 22 años. El otro, más bien rubio de pelo algo largo, ojos claros, barbita en forma de candado y algo gordito, sin embargo, alto; éste tendría unos 27 o 28 años. Yo sostenía mi verga semi erecta con una mano, mientras sacudía las últimas gotas de orín. Ellos ya habían terminado su cigarrillo y me miraban sin disimulo. Al terminar subí mi cremallera y me fui al lavatorio a lavarme las manos. Cuando terminé busqué la máquina secadora y no la hallé. Busqué toallas de papel y tampoco encontré. Entonces, recordando que los chicos eran del personal de limpieza del parque me acerqué a ellos y les pregunté dónde podía encontrar algunas toallas. Se miraron por un minuto y uno de ellos me respondió que de inmediato me traería algunas.

El muchacho morocho abrió la puerta de una de las letrinas que había a su derecha y resultó ser una puerta falsa, que conducía a un pequeño depósito de productos de limpieza. El rubio se quedó a mi lado mientras me ofrecía un cigarrillo que yo rechacé por tener ambas manos mojadas. El chico se sonrió y me dijo que lo lamentaba mucho. Y comenzó a entablar una conversación conmigo, me contó que el trabajo que hacía en el parque era sencillo pero agotador, y que la paga no era muy buena. Yo hice algún comentario sobre la economía de mi país y él asintió. Tenía una manera muy sensual de pitar el cigarrillo, casi diría que me calentaba de sobre manera observarlo. Entrecerraba los ojos en cada pitada y largaba el humo suavemente y con una especie de mueca en la cara que le dibujaba algo así como una sonrisa a medias. No me di cuenta mientras lo observaba que el otro chico me estaba ofreciendo algunas toallas para secarme, las tomé, me sequé y me despedí de los muchachos. Cuando estaba por salir uno de ellos, el rubio, me dijo “ahora si querés podés fumarte uno ¿no?” me sonreí y acepté el cigarrillo que me ofrecía. El morocho le comentó al otro que debían ir al depósito a ordenar un poco, y yo me ofrecí a ayudarlos un rato. (Mis amigos, que me conocen bien, no se preocuparán por un pequeño retraso). Ellos se negaron, pero ante mi insistencia aceptaron mi ayuda. Entramos al depósito, y allí pude observar que era más grande de lo que parecía. Al entrar cerraron la puerta y comenzaron a apilar cajas y rollos de papel. Yo los ayudaba mientras conversábamos de nuestros nombres y lugares de residencia.

Dentro del depósito el calor era insoportable y ellos se quitaron sus remeras dejando ver sus torsos transpirados. Yo me empalmé de inmediato. Les comenté que el calor era terrible y me dijeron que me saque la remera si quería, y así lo hice. Entre caja y caja que acomodábamos noté como el morocho rozaba de vez en cuando el culo del rubio, hasta que el otro le dijo que si quería tocarle el orto que lo haga de una vez y bien. Yo me sonreí ante la respuesta, pero me quedé helado cuando el rubio se bajó los pantalones y dejó su culo al aire. El morocho sin dudarlo demasiado, se llevó dos dedos a la boca, se los llenó de saliva y se los enchufó en el culo. Ambos me miraron y el morocho me dijo “sabemos que te gusta esto, vení, ayudame con este putito”. Me acerqué y el rubio se prendió de mi entrepierna, me bajó los pantalones y se arrodilló para empezar a mamarme la pija. El morocho seguía trabajando en el culo de su amigo y yo tomé la cabeza de éste con mis manos y comencé a enterrarle mi pija hasta la garganta.

Sus labios envolvían y apretaban mi tronco mientras su lengua jugueteaba con mi glande. Una de sus manos se apoderó de mis huevos y empezó a jugar con ellos, para finalmente dejar paso a su boca que decidió lamerlos apasionadamente. El morocho se cansó de meterle los dedos en el culo a su amigo y decidió pasar al exquisito uso de la lengua. Clavó su cabeza entre las nalgas de su amigo y empezó a lamerle el culo entre alaridos de placer que el rubio lanzaba. Mi pija entraba y salía de la boca del muchacho dándome un placer espectacular.

El morocho decidió que era el momento de cambiar y me ofreció el culo de su amigo, mientras este me decía “cogeme, por favor, cogeme”, y yo no lo dudé, me ubiqué detrás de él y le apoyé la cabeza en la entrada de su culo deseosos de ser penetrado. Mi pija no es muy larga, pero sí es bien gruesa, lo que da mucho placer a los culos que hice y hago aún. Empujé sin dudar y entró la cabeza, luego, el mismo chico empujó hacia atrás y quedó clavado contra mí.

Lo tomé de la cintura y empecé a taladrarlo sin piedad, su culo apretaba mi pija

El morocho tenía la pija metida en la boca del amigo y cuando estaba por acabar la retiró y me miró a los ojos diciendo: “querés probar”. Le dije que sí, y me acerqué a él, le tomé la pija con la mano y comencé a pajearlo mientras nuestras bocas se fundían en un beso caliente.

Me fui arrodillando de a poco, lamiendo todo su pecho, hasta llegar a su verga, que mediría unos 20 cm. y estaba realmente apetitosa. Me la fui tragando de a poco y comencé a mamarla con delicadeza. El muchacho no tardó demasiado en vaciar sus líquidos, pero no lo hizo en mi boca, sino sobre mi cara, mientras que con una mano sostenía mi mentón y con la otra fregaba su verga en mis mejillas.

El rubio que ya se había vestido, se acercó a mí sonriendo y ofreciéndome un rollo de toallas de papel para limpiarme. Salimos de depósito y por suerte no había nadie en el baño. Me despedí de ellos y les di mi número telefónico para un futuro encuentro. Salí del baño y llegué a la mesa donde mis amigos estaban conversando. Al sentarme junto a ellos, uno comentó “un día de estos, leeremos en la Internet lo que pasó en ese baño”. Y no se equivocó.

Mauricio