Aunque una de las cosas que más me gustan en la vida es mamar pija, por lo general no soy de ir a baños públicos, cines, etc. Sin emba...
Aunque una de las cosas que más me gustan en la vida es mamar pija, por lo general no soy de ir a baños públicos, cines, etc. Sin embargo, por no tener lugar, en ocasiones arreglo con gente que contacto a través de distintos perfiles o por vía telefónica y que están en la misma situación (casados, de novio o similares), para encontrarnos en algún sitio así.
Además, vivo cerca de un shopping con unos baños bastante copados, por ser tranquilos y limpios, de manera que cuando quedo con alguien, nos encontramos allí. A la hora fijada, espero dentro de alguno de los cubículos donde están los inodoros, y cuando el otro llega y ve que está todo despejado, hace una señal como para que lo deje entrar.
Una vez adentro, hago lo mío y ellos se dejan hacer. Bien directo y bien discreto. Poco ruido y mucho morbo. Sabemos lo que queremos y respetamos y cumplimos los deseos del otro. El caso es que, a lo largo del tiempo, he conocido gente con la cual la química es suficiente no sólo como para repetir, sino también agregar cosas quizás más íntimas: franela, besos, caricias y demás. Inclusive, con un par de ellos hemos llegado a tener la confianza como para intercambiar celulares y poder estar con un contacto más fluído para cuando la calentura arrecia.
Hace poco, tuve un día bastante ajetreado de trabajo y otras cosas, así es que anduve en la calle casi toda la tarde. En determinado momento me encuentro con que entre una cosa y otra, tenía una media hora libre y como de casualidad estaba cerca del shopping, decidí contactarme con uno de estos "pete-amigos" que tiene libertad como para moverse y encontrarse a cualquier hora sin mucho aviso previo. Envío un mensaje de texto bien discreto (el flaco es casado) preguntando si estaba por la zona como para encontrarnos un toque. La respuesta llega un par de minutos más tarde en pocas palabras: "Hoy no!". La brevedad del mensaje me decía que ni siquiera estaba libre como para tipear mucho, y el signo de exclamación me hablaba de las ganas que tenía y de la frustración por no poder sacárselas.
Decido entonces pasar por casa a tomar un café antes del compromiso que tenía después, pero mientras ahí me dirigía, paso por la puerta del famoso shopping y las ganas fueron más grandes: iba a hacerle una visita a mi baño favorito (aunque la experiencia me decía que sin arreglo previo, era muy raro encontrar algo de acción ahí). Una vez adentro, paso a la parte de los mingitorios que, como casi siempre, estaba totalmente vacía.
Estaba por irme cuando escucho que alguien entra y -por supuesto- me quedo a la expectativa. La persona que entró se ubicó a dos o tres mingitorios de distancia y aunque no lo miré directamente, la visión periférica ya me indicaba que era un señor mayor, de canas y buen porte. Me doy cuenta también de que por la forma de manejarse, estábamos en la misma. El señor sobaba y estiraba su miembro de forma lo bastante ostensible como para llamar mi atención. No lo hice esperar mucho y lo miro cara a cara. Efectivamente, era una persona mayor. Bastante. Pasados los 60 seguro, pero de muy buena pinta. Alto, delgado, muy masculino y vestido formalmente. Además de su cabello canoso, un bigote -blanco también- le resaltaba la sonrisa con la que me devolvió la mirada. Fijé después la vista en su miembro -todavía fláccido y más bien pequeño- al cual seguía amasando sin descanso. Sin saber muy bien que hacer, me concentro otra vez en mi sector.
Cuando lo vuelvo a ver -apenas unos segundos después- la naturaleza había operado alguna especie de milagro, y ese pene semi fláccido se había convertido en una de las vergas más hermosas que vi en mi vida. Grande, gruesa, bien dura y (lo que más me gustaba) muy brillante y jugosa. Seguramente boquiabierto, pienso: "Quiero esa pija". La expresión de mi cara debe haber sido más que obvia ya que el señor -que ahora ya no estiraba, sino más bien acariciaba arriba y abajo ese miembro durísimo que asomaba de su pantalón- me sonrió cómplice mientras me observaba fijo. Empezaron a salir unos chorros muy abundantes de su verga, como respondiendo a los movimientos de su mano. Me imagino que habría acabado, así que me quedo esperando a que enfundara y se fuera tan rápido como había llegado.
Para mi sorpresa, el señor siguió masturbando su verga tiesa y seguramente sabrosa por un rato bastante largo, hasta que decide acercarse. Mientras acorta la distancia, de su verga sigue fluyendo el líquido, y dejan marcado el camino recorrido por el piso. Yo no estaba seguro de que fuera leche, pero si lo era, me había encontrado con el semental más grande que me crucé en la vida. Una vez al lado mío, pone su pija en mi mano. Puedo sentir lo pesada que es y viendo lo mojada que está, se me hace literalmente agua la boca.
Como el fluido no deja de salir, la mano se me inunda al instante y no puedo hacer otra cosa que llevármela a la boca para probar el sabor de ese jugo que ya me había calentado muchísimo. Lo trago por completo y me relamo la palma mirándolo fijo a los ojos. Efectivamente, no era su semen, sino líquido preseminal que no dejaba de impresionarme por su abundancia. Cuando me responde la mirada con sus ojos semicerrados y mordiéndose el labio inferior, me doy cuenta de que el también estaba caliente y mucho. Repetimos la rutina, con mi mano llena y mi boca hambrienta unas dos o tres veces más. Finalmente, se acerca a mi oído y me susurra: "Me gustaría que me la chuparas". Su formalidad casi me enternece, sobre todo cuando la comparaba con otras situaciones en las que, los más amables, apenas si podían articular un: "chupala, puto".
Luego sigo chupándola normalmente, de arriba a abajo, suave y sin parar. De vez en cuando vuelvo a alojarla en la profundidad de mi garganta, sabiendo ya cuánto le gustaba. Sin embargo, de repente me frena, y poniendo suavemente su mano bajo mi cara, me hace elevar la vista para que pueda verlo murmurar: "Dame la cola". Sinceramente no es algo que me entusiasme mucho y mucho menos en la incomodidad de un baño público. Trato de gesticular lo más claramente posible para hacérselo saber sin que se ofenda y antes de que pudiese terminar con la mímica, levanta la mano con un gesto comprensivo y su mirada me dice, nuevamente sin palabras: "No te preocupes, no hay problema". Como reafirmando su gentileza, me toma la cara con ambas manos y me besa profunda y largamente, haciéndome sentir algo que no puedo describir más que como ternura. Su gesto y la falta de insistencia propia de un caballero me habían conquistado y ahora más que nunca quiero complacerlo profundamente, recurriendo a todos los trucos que mi boca experta conoce.
Pasado un buen rato, con mi boca una y otra vez llena de ese milagro de abundancia de su líquido preseminal, se toma el miembro con la mano derecha y comienza a masturbar la base de su pija suavemente sin sacar el resto de mi boca, cada vez más hambrienta. Entiendo que ya quiere acabar y -para que lo pueda hacer cómodamente- dejo mi cabeza quieta, acunando más de la mitad de su verga hinchada en mi lengua húmeda y ahuecada. El sigue masturbándose con una mano, mientras con la otra me acaricia el pelo o la mejilla. Yo espero ansioso la leche que sabía de antemano que iba a disfrutar, pero nuevamente, el caballero hace una pausa y se acerca a mi oído para preguntarme: "Te gustaría tragar la lechita?". Como no quiero sacar la verga de mi boca ni siquiera para hablar y sabiendo que mi mímica nunca iba a ser suficiente como para explicarle lo mucho que esperaba que me llenara con su semen, simplemente asiento con la cabeza mientras que, poniendo mi mano sobre la suya, lo incito a que continúe masturbándose hasta el final. No pasa mucho hasta que siento que la boca se me inunda de otro líquido muy diferente. Es una leche espesa, caliente y amarga, como a mí me gusta.
Cuando siento el chorro que intuía el último, comienzo nuevamente a trabajar su verga, tragándomela una vez más hasta el fondo y luego sacándola lentamente de mi boca, masajeando con mis labios bien firmes cada centímetro para exprimir hasta la última gota que pudiese quedar adentro. Al final, mientras trago toda esa delicia, levanto la vista buscando sus ojos, que me transmiten el agradecimiento por el placer que le había dado, seguramente sin saber que para mí el placer había sido mil veces más grande. Recomponiéndose, me saluda con un gesto y otro beso tierno y sale del cubículo con mucho silencio y precaución. Mientras, yo me quedo adentro, esperando los dos o tres minutos de rigor para que nadie nos vea salir juntos.
Aún sentado sobre el inodoro, inclino mi cabeza hacia atrás para poder disfrutar mejor la amargura de su leche viscosa bajándome por la garganta. Al salir, me detengo para lavarme las manos, todavía pegajosas de los jugos que me había regalado, y me sorprendo a mí mismo casi sonriendo en el espejo del baño cuando se me cruza la idea de que -quizás- para ese momento, el caballero ya estaría de vuelta en la mesa de algún bar cercano, retomando el té con su esposa y charlando con ella acerca de qué lugar sería mejor para llevar a pasear a sus nietos este fin de semana. Todo un señor.