Muchos homosexuales se escandalizan con los chicos afeminados y las chicas masculinizadas por lo mismo que sus características no concuer...
Muchos homosexuales se escandalizan con los chicos afeminados y las chicas masculinizadas por lo mismo que sus características no concuerdan con lo que la misma sociedad heterocentrista espera de ellos, lo malo es que al estigmatizar a aquellos que no encajan en esos modelos "hetero" se condenan a si mismos al juego heterosexual nivelador, algo así como escupir hacia el cielo.
Conocí a varios hombres gays que se sentían incómodos con el hecho de que existieran lo que llamaban “afeminados”. El problema para ellos no era que les gustaran otros hombres sino que la sociedad pudiera sospecharlo. Mejor dicho, que hicieran “quedar mal a la comunidad”.
Hace poco leía una entrevista a un escritor colombiano abiertamente homosexual, en la que narraba que sus padres detectaron muy temprano que él era gay. Sin embargo, él aclaraba una y otra vez que no era porque fuera amanerado. No, seguramente él como el 99.9 por ciento de los homosexuales, es de los “afortunados” que, contrario a los demás, “no se les nota”.
En una ocasión, un psicólogo tranquilizó a los asistentes a una charla en la que yo participaba, diciéndoles que no se preocuparan, que en muchos casos la homosexualidad no se notaba. ¿Lo malo, según él, era lo contrario?
En otra oportunidad escuché a un joven activista decir: “no entiendo por qué en nuestra comunidad rechazamos tanto a los hombres ‘maricones’ como Gasalla o Perciavalle, si la mayoría son divertidísimos. A mí por lo menos, me hacen reír mucho” -decía.
Partía de la falsa premisa de que él no era un homosexual ‘marica’. Y en su defensa del “gay amanerado”, no hacía otra cosa que reafirmar la supuesta superioridad de los que, como a él (en teoría) “no se les nota”.
Para desarmar esas falsas creencias que me acompañaron durante años, fue necesario pasar por un largo y juicioso ejercicio de empatía, de aprender a ponerme en los zapatos de los demás, tanto de quienes tienen los prejuicios como de quienes han logrado liberarse de ellos.
Logré entender que la homosexualidad no tiene que disfrazarse de heterosexualidad para ser aceptada. No tiene nada de malo serlo ni parecerlo.
Legal y culturalmente, cada persona puede y debe construirse como quiera.
Todos tenemos derecho a crecer con prejuicios. Es casi inevitable no adquirirlos en la casa o en las instituciones educativas. Al igual que los virus, están por todas partes. Lo que es censurable es acomodarse a vivir con ellos hasta que la muerte los separe. El chip sí puede cambiarse, es cuestión de voluntad.
Después de un proceso de aprendizaje, entendí que así la mayoría de personas creamos que es a los demás -y no a nosotros- a quienes “se les nota”, todos estamos en nuestro legítimo derecho de evidenciarlo si así se quiere. Esto, además, no debe tener una connotación negativa sino ser más bien un rasgo de autenticidad y un gesto de libertad. Es la única forma en la que dejaremos de ser una mala copia del hombre heterosexual
Más que un derecho, tenemos que llegar al punto de que la diversidad, en su máxima expresión, sea vista como un valor. Esta es justamente una de las reivindicaciones en mora del movimiento LGBT: valorar la propia diferencia.
Conocí a varios hombres gays que se sentían incómodos con el hecho de que existieran lo que llamaban “afeminados”. El problema para ellos no era que les gustaran otros hombres sino que la sociedad pudiera sospecharlo. Mejor dicho, que hicieran “quedar mal a la comunidad”.
Hace poco leía una entrevista a un escritor colombiano abiertamente homosexual, en la que narraba que sus padres detectaron muy temprano que él era gay. Sin embargo, él aclaraba una y otra vez que no era porque fuera amanerado. No, seguramente él como el 99.9 por ciento de los homosexuales, es de los “afortunados” que, contrario a los demás, “no se les nota”.
En una ocasión, un psicólogo tranquilizó a los asistentes a una charla en la que yo participaba, diciéndoles que no se preocuparan, que en muchos casos la homosexualidad no se notaba. ¿Lo malo, según él, era lo contrario?
En otra oportunidad escuché a un joven activista decir: “no entiendo por qué en nuestra comunidad rechazamos tanto a los hombres ‘maricones’ como Gasalla o Perciavalle, si la mayoría son divertidísimos. A mí por lo menos, me hacen reír mucho” -decía.
Partía de la falsa premisa de que él no era un homosexual ‘marica’. Y en su defensa del “gay amanerado”, no hacía otra cosa que reafirmar la supuesta superioridad de los que, como a él (en teoría) “no se les nota”.
Para desarmar esas falsas creencias que me acompañaron durante años, fue necesario pasar por un largo y juicioso ejercicio de empatía, de aprender a ponerme en los zapatos de los demás, tanto de quienes tienen los prejuicios como de quienes han logrado liberarse de ellos.
Logré entender que la homosexualidad no tiene que disfrazarse de heterosexualidad para ser aceptada. No tiene nada de malo serlo ni parecerlo.
Legal y culturalmente, cada persona puede y debe construirse como quiera.
Todos tenemos derecho a crecer con prejuicios. Es casi inevitable no adquirirlos en la casa o en las instituciones educativas. Al igual que los virus, están por todas partes. Lo que es censurable es acomodarse a vivir con ellos hasta que la muerte los separe. El chip sí puede cambiarse, es cuestión de voluntad.
Después de un proceso de aprendizaje, entendí que así la mayoría de personas creamos que es a los demás -y no a nosotros- a quienes “se les nota”, todos estamos en nuestro legítimo derecho de evidenciarlo si así se quiere. Esto, además, no debe tener una connotación negativa sino ser más bien un rasgo de autenticidad y un gesto de libertad. Es la única forma en la que dejaremos de ser una mala copia del hombre heterosexual
Más que un derecho, tenemos que llegar al punto de que la diversidad, en su máxima expresión, sea vista como un valor. Esta es justamente una de las reivindicaciones en mora del movimiento LGBT: valorar la propia diferencia.
Ale K
* Ale K es licenciado en Psicología y Abogado (UBA), psicoanalista y coordinador de grupos de reflexión. Trabaja con pacientes HIV, con parejas y varones gays.
Es comunicador radial distinguido por divulgar la cultura lgtb.
*Tratamientos analíticos: Individuales adolescentes y adultos; parejas y grupos.
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