Lo peor de un viaje largo es que el vuelo es salir tarde y hacer escala. Semanas atrás venia de Europa con destino a Montevideo, hacien...
Lo peor de un viaje largo es que el vuelo es salir tarde y hacer escala. Semanas atrás venia de Europa con destino a Montevideo, haciendo escala en Ezeiza y el vuelo salió con unas tres horas de retraso por lo que cuando llegamos a Ezeiza a las dos de la mañana, no solo el aeropuerto estaba desierto, sino que había que esperar hasta las siete de la mañana para seguir hacia el destino final.
La mayoría de las personas que venían con nosotros se bajaron en Ezeiza, quedando apenas mi familia y yo en la zona de tránsito, cagados del frío y tirados en cualquier rincón tratando de descansar. Lo único que interrumpía nuestra incomodidad eran los obreros de limpieza que estaban aseando la terminal, del resto muy poca gente y cada uno en su rincón esperando la llegada de los viajeros de la mañana.
En vano traté de dormitar o descansar, pues el frío y la incomodidad no me lo permitían.
Somnoliento y cansado me fui a baño a asearme y a mear.
Los baños de la nueva terminal además de modernos son inmensos y los lavamanos están separados de los mingitorios y los inodoros por un muro de granito que hay que rodear para acceder a ellos. Entré me lavé, pensando en mi tragedia y fui a echar un meo. Lo primero que me sorprendió fue la cantidad de mingitorios, unos veinte, sin separación entre ellos y encontrarme con un señor de unos sesenta años, calculé yo, bien llevados. El señor estaba en un extremo y yo me coloqué como a diez mingitorios de distancia.
Mientras meaba relojee a ver que onda, por no perder la costumbre, el señor estaba meando si mirar a ningún lado e indiferente. Volví la mirada y ya a punto de terminar volví a mirar hacia donde estaba el señor buscando mirarle la pija. Para mi sorpresa, vi una pija de lo más linda: blanca, buen grosor, buen largo y el señor, que ya estaba terminando se la jalaba tratando de exprimir las últimas gotas de meo.
Al ver aquella pija tan espectacular, subí la vista con el fin de detallar mejor al dueño. El pibe no estaba nada mal, si bien era mayor, tenía buen perfil, blanco, alto, de buen porte y bien conservado. Seguía indiferente sin ver a los lados, terminando de mear y no sé por que razón, pero de un segundo a otro me di cuenta que la pija estaba cambiando de tamaño. Me vino un golpe de adrenalina, pues no creía lo que estaba viendo, pero unos segundo después el viejo estaba al palo, la cabeza pelada y rosada, enorme, y el continuaba indiferente a mi presencia y sacudiéndola como cuando terminas de mear.
Inmediatamente me puse al palo, temblando porque no creía lo que me estaba pasando. No sabía qué hacer, si acercarme y manotearle la pija o decirle algo para ver su reacción, estaba prácticamente paralizado y pensando que en cualquier momento podía entrar alguien y encontrarme, por lo menos a mí, en actitud sospechosa.
Lo que si hice fue abrirme el pantalón y dejar mi pija al aire para ver si el viejo hacía lo mismo. Nada. Yo no existía. Viendo que mis esfuerzos eran vanos y que el viejo pelotudo me estaba calentando, pero no hacía nada, me preparé para terminar e irme; justamente en ese momento, el señor volteó me miró de manera inexpresiva y me permitió ver de frente aquella pija bien formada, robusta y aguerrida que haría las delicias de cualquiera, volteó y entró a uno de los cubículos de los inodoros, dejando la puerta entre abierta. Temblando, pues esta era mi primera vez con un pibe mucho mayor que yo, entré.
Los inodoros de la nueva terminal son espaciosos y con las puertas a 10 centímetros del piso. Para saber si hay alguien dentro tienes que agacharte a ras del suelo, de lo contrario no se ve a simple vista quien está allí.
Al entrar el viejo estaba de lado, entré y cerró la puerta con seguro, mientras hacía eso me manoteó el culo y me obligó a sentarme sobre el inodoro. Sentado, no solo me tragué aquella hermosura de pija, sino que le baje los pantalones hasta las rodillas, dejando al descubierto unas piernas bien mantenidas y de alguien que fue o era deportista. Unos huevos redondos y bien formados junto a una mata de pelos bien cuidada, sorprendentemente sin canas, de un castaño claro, completaban el conjunto.
Comencé atragantándome de pija hasta el fondo, mientras él me acariciaba la cabeza y suavemente me obligaba a no sacarla. Le chupé los huevos, uno a uno, y volvía a recorrer despacito todo el esplendor de su pija erecta. Comencé a tragarme el precum, salado y abundante que por un momento pensé que iba acabar. El recibía todas mis atenciones sin abandonarse hasta que me obligó a levantarme, me quitó la ropa y me dejó en pelotas. Me volteó y me obligó a montarme a gatas sobre el inodoro, quedando mi orto totalmente a su disposición.
En esa posición me comenzó a chupar el ojete. Experto y profesional, el loco me estaba haciendo gemir, mientras hacía esto también me masturbada y yo sentía que en cualquier momento iba a acabar, pero el aflojaba y yo me contenía.
Una vez que hubo lubricado bien mi culo, comenzó a puertearme; quise negarme e intente pedir un condón, pero cuando me di cuenta, ya su enorme cabeza, me entraba hasta lo más profundo, sin condón, a pelo. Dejó su verga dentro dos minutos o más, sin moverse, esperando a que me acostumbrara. Me sentía lleno hasta el fondo, me dolía pero con placer y luego muy despacito comenzó hacer movimientos de abajo hacia arriba, suave y rítmicamente, con los pendejos del pubis raspándome los bordes del orto, estuvo en eso unos diez minutos y cada vez sacaba un poco más la pija y enterraba con más fuerza.
Quién no experimentó esto de ser un buen pasivo, no sabe de lo que estoy hablando. Yo estaba al borde de un ataque y sentía que en cualquier momento acabaría sin tocarme. Pero aun faltaba más, pasado los diez minutos comenzó a acelerar y a sacar más la pija para bombearme sin piedad por unos cinco minutos, yo estaba con el culo alzado, las piernas abiertas encima del inodoro y el viejo dándome con furia, a estas altura era imposible no gemir como un poseso y cuando lo sentí gimiendo y diciéndome “así es que me gusta cogerme a los machos”, exploté en chorros de leche sin siquiera tocarme y lo sentía a él rugiendo llenando hasta el fondo mi culito de guasca caliente y espesa.
Nos quedamos inertes durante varios minutos, no sé cuantos y yo seguía con la pija al palo, hasta sentir que me la sacaba despacito. Se limpió y salió como si nada. Me senté y vacié chorros de leche, mezclados con sangre y restos de mierda, temblando aún por la experiencia.
Me limpie y salí, para encontrarme con mis padres y mi hermano menor que hablaban con un supervisor o algo parecido, lo deduje por la campera que tenía puesta. Al acercarme, mi madre sonriente mi dijo, amor mira que sorpresa, este es el nuevo entrenador de rugby de Marcelo y también va para Montevideo por el campeonato.
Para mi desconcierto y apuro, ahí estaba el viejo, de lo más serio y relajado, como si no hubiera pasado nada, después de haberme reventado ese orto minutos atrás y sin piedad en un baño de Ezeiza.
Juan del Pozo