Parto diciendo que no nos gusta que nos digan chilenitos, y al parecer allá todos están acostumbrados a tratarnos así… ha de ser nuestro ...
Parto diciendo que no nos gusta que nos
digan chilenitos, y al parecer allá todos están acostumbrados a tratarnos así…
ha de ser nuestro ego (o el de ustedes).
Soy chileno, tengo 25 años, vivo en Santiago y el verano pasado fue mi segundo viaje a Buenos Aires. Había ido cuando era chico, pero con mi familia, y no cachaba todavía que me gustaban los hombres, ni mucho menos que Buenos Aires es vista (acá en Santiago al menos), como una de las ciudades con más cultura gay en Sudamérica.
Soy chileno, tengo 25 años, vivo en Santiago y el verano pasado fue mi segundo viaje a Buenos Aires. Había ido cuando era chico, pero con mi familia, y no cachaba todavía que me gustaban los hombres, ni mucho menos que Buenos Aires es vista (acá en Santiago al menos), como una de las ciudades con más cultura gay en Sudamérica.
Decidí que para mis vacaciones y segunda
visita a la capital trasandina, iría sólo; y así lo hice. Tuve la suerte de
quedarme en un hostel cerca del centro, y salía todas las noches con la idea de
“ver qué pasaba”.
Los lugares de (lo que los chilenos llamamos)
“webeo gay”, no son muy abundantes en Santiago, mucho menos en el resto del
país, razón por la cual con cada salida nocturna sentía esa excitación propia
de estar haciendo algo prohibido y en un país donde la oferta es mucho más
amplia que en el mío.
Anduve por varios “cruising bars”, donde
conocí varios tipos y me hicieron mamadas exquisitas varias veces en glory
holes o en baños, como en los baños de Las Galerías Pacífico, en el Abasto,
etc., pero una de aquellas ocasiones me dejó particularmente marcado, y fue
cuando buscando en varias páginas de internet, llegué al conocimiento de la
existencia de un ciber llamado “Lavalle VIP”, y un día me decidí a ir a cachar
qué onda.
Cuando llegué, quedé impactado. Traté de
disimular lo más posible mi acento chileno (que a veces me delató e hizo que me
insultaran en Buenos Aires), y recuerdo que me atendió a eso de las 3 de la tarde
un moreno bien afeminado que me preguntó si sabía dónde estaba y qué cosas se
hacían en dicho lugar. Le dije que sí, y traté de mostrarme lo más seguro
posible de mí mismo… casi como si fuese ya un bonaerense que iba desde siempre.
Me instalé en una cabina y al rato comencé
a entrar en confianza, recuerdo que lo más me sorprendió fue la cantidad de
personas que caminaban por los pasillos y que se detenían a mirar sin ningún
tapujo hacia el interior de mi cabina. En Santiago existen lugares de ese
estilo, pero hasta para eso somos más temerosos, porque en los cyber “gay”
chilenos, no existen vidrios para mirar hacia el interior, ni tampoco se da
todo con tanta fluidez, acá en Chile todo es mucho más solapado.
Recuerdo que pese a estar muy caliente,
pasado un rato aún no lograba hacer nada y sólo me dedicaba a ver porno en mi
cabina y tocarme por encima del pantalón.
Pasado el rato decidí que era hora de
entrar en acción y me dije que si todos andaban en la misma, mirando
descaradamente y paseándose, yo también podría hacer lo mismo sin que me
dijeran nada (que es algo imposible de hacer en las teteras de Santiago).
Llegué al baño del fondo, entré con la idea
de que sería un baño tipo centro comercial, cuando en realidad es un baño super
chico, para una o máximo dos personas, y lo que vi me dejó anonadado.
Hubiese querido darle leche, pero pensé que
si ya había conseguido eso, ciertamente valía la pena quedarse otro poco rato y
ver si salía algo aún mejor.
Sin ningún disimulo me guardé el pico que
se me notaba evidentemente parado, y salí de vuelta a m cabina. Llegando ya no
tenía sentido seguir buscando porno en internet, habiendo tanto hombre caliente
en ese lugar, así que me comencé a masturbar, todavía con las manos y el pico
húmedo de la saliva del que me lo había chupado en el baño. Después de un rato
apareció un gordito bien lindo en la puerta de mi cabina… se quedó mirando buen
rato, y después abrió mi puerta y se metió.
Entendió el mensaje enseguida porque se
agachó frente a mí, y yo abrí mis piernas para darle más espacio. Lo mamaba
exquisito. Partió muy suavemente y eso me excitó mucho, porque contrastaba con
la mamada anterior, que había sido frenética.
Se bajó de inmediato el pantalón mientras
jugueteaba con mis bolas, y le empujé la cadera hacia el costado, para alcanzar
su culo y acariciarlo mientras se seguía tragando mi pico.
Recuerdo que su culo me pareció uno de los
mejores que había visto desde que había comenzado a ir a vitrinear a las
teteras bonaerenses. Era gordo, pero apretado y turgente. En un instinto
animalesco saqué la mano de su culo y comencé a olerme los dedos… olor a
hombre, a macho, su culo era verdaderamente lo mejor que me estaba pasando en
ese viaje.
Lubriqué mis dedos con un poco de saliva (de
la suya y de la mía), y comencé a penetrarlo con los dedos, suavemente, nunca
quise hacerle daño… era un pendejo muy tierno. Me gemía mientras se los iba
metiendo, uno dos, tres, meneaba la cola y de cuando en cuando le daba una
palmada. Me apretaba los dedos cada vez más y me hacía saber que le gustaba,
que yo era el centro de su atención y que me estaba regalando el culo en ese
cyber.
A ratos alternábamos mamadas con besos, mi
pico hacía presión contra su pecho mientras se inclinaba para besarme y sé que
lo excitaba, era mío.
Estaba siendo una de las mejores mamadas de
toda mi vida, y sin decirle nada lo puse de pie. Moví hasta donde pude las
cosas de la mesa y lo tumbé encima con una de sus piernas apoyada encima del
teclado del computador.
Me deleité saboreando ese culo maravilloso,
jugando con él… era casi una escena romántica, como si nos conociéramos de toda
la vida, fui a propósito cuidadoso con él, le acaricié las bolas, y le comí el
culo por mucho rato. A esas alturas ya habían varios curiosos mirando por
encima de la puerta o bien intentando por ese vidrio esmerilado que tienen las
cabinas. Me dijo que pusiera una polera (remera), pero le dije que si a él le
daba lo mismo a mí también… más morbo me daba dejarlos ver cómo se perdía mi
cara entre sus cachetes ya jugosos de mi saliva.
Su culo se empezó a dilatar cada vez más,
pues llevábamos mucho rato en eso, y cuando mi lengua ya entraba casi por
completo, me puse de pie, me acomodé detrás de él, le abrí el culo con ambas
manos y empecé a puntearlo de a poquito… me dijo que le dolía, que tenía novio, que tenía que irse a
trabajar, que no podía… pero no me importó, porque me gemía, porque yo sabía
que yo le gustaba, y yo le había dejado en claro que él también a mí.
Pese a que siempre me he jactado de ser
(como decimos los chilenos) “pichulón”, no me costó nada penetrarlo, estaba tan
dilatado que podría haberle metido literalmente lo que quisiera. Esos 20
minutos de lamidas de culo lo habían dejado listo. Lo hice despacito, no al principio sino
siempre.
El weon me gustaba, caleta. Le mordía las
orejas mientras empujaba mi pico hacia dentro, y en la medida de lo posible se
daba vuelta y me besaba o sacaba su lengua que buscaba la mía.
Sentía que podría haber compartido todo con
él… sólo quería que fuera mío. A ratos le dejaba el pico metido hasta el fondo
y lo abrazaba fuerte contra mi cuerpo mientras le agarraba la guata o el pecho.
No quise acabar dentro suyo, me lo había pedido, así que comenzó a chupármelo
de nuevo, esta vez yo de pie y él sentado en la silla. Mientras me pellizcaba
las tetillas, le puse mis bolas en la cara, para que las gozara, para que me
sacara la leche, que era suya, toda suya… y me tenía lleno después de tanto
rato de webeo.
Comencé a masturbarme y de la excitación
debo haber durado unos 40 segundos porque de inmediato se venía mi leche, que
sabía de antemano iba a ser mucha. Lo puse frente a mi glande, y se la tiré
toda la cara… abrió la boca a todo dar y lo que no cayó en su boca lo recogió
con los dedos y se lo tragó. Se siguió masturbando un poco más y acabo en el
suelo, y cayó un poco de su leche en mis pantorrillas. Cuando terminó, dio un
suspito y me abrazó, yo todavía de pie con los pantalones abajo y él sentado
besándome la guata y el pico ya flácido. Cuando subió la mirada me dedicó una sonrisa
que jamás voy a olvidar, tierna, contenta, como de vergüenza un poco, como si
hubiera sido el polvo de unos amantes que llevan juntos años, y se siguen
queriendo como en el primer día.
Le limpié la cara tiernamente, tratando de
que no se ensuciara más de lo que ya estaba. El sólo se dejaba hacer. Me subí el pantalón, él el suyo, nos
acomodamos como pudimos para parecer que nos quedaba algo de decencia, me
abrazó, me dio un beso tierno, suave, lento.
Le dije que era mi última tarde en Buenos
Aires, que al día siguiente partía en la mañana en el ferry a Montevideo, que
quería conocerlo, salir con él… que lo invitaba donde fuera, que pasáramos la
noche juntos, que fuéramos a comer a Puerto Madero, a tomar algo, lo que fuera…
incluso le ofrecí irse conmigo a Montevideo. No me dijo nada… sólo se rió y me
dijo “sos muy tierno, pero tengo novio”.
Lo abracé, le pedí que no me dejara así,
que me dejara al menos su número, su nombre, algo… me dio su correo electrónico
y me dijo que si volvía a Buenos Aires le escribiera.
Anoté su correo en el mapa de Buenos Aires
que compré cuando llegué al Aeropuerto, esperando que cuando vuelva a Buenos
Aires pueda concederme algo más que un buen polvo. Me miró, se volvió a reír, y
se fue. Si lees esto, espérame.
Aldo