Me llamo Miguel, la primera vez que me di cuenta de que me pasaba algo diferente con respecto a los hombres fue a los 15 años. Había visto...
Era más que obvio que prefería al flaco, la cosa que yo al otro día fui y le conté súper angustiado a mi vieja que creía que me gustaban los hombres. Ella llamó a mi papá y él, que nunca se hizo mucho cargo de nada (sorry viejo), lo llamó a mi tío cirujano (quizá para que me extirpe el cerebro). Entonces mi tío vino a hablar conmigo y me dijo que yo tenía el físico de un chico de once…sí, además de todo el tipo de desarrollo tardío de cuatro años, y que esto de la homosexualidad eran sólo fantasías y que “se me iba a pasar”.
Así pasé mi adolescencia de crisis en crisis angustiado hasta la manija por momentos, en una palabra a los tumbos. Todos mis sueños eran con hombres, en muchos de ellos terminaba “mojado” y con una angustia horrible. Debo aclarar que fui a un colegio de curas y jugué al rugby 24 años así que imagínense la carga adicional y el pánico.
A los veinte, un día yendo para la Facu mi cabeza dijo “basta” y tuve un ataque de ansiedad que nunca había sentido, no me podía controlar. Mi vieja me derivó a una psiquiatra y esta mujer no sabía qué hacer y me derivó a un grupo llamado “hospital de día”. Ahí me entrevistó el jefe de psiquiatría y le dije que creía que estaba así porque era gay pero no me lo podía aceptar. Me dieron siete pastillas distintas y me indujeron a una depresión absoluta.
Durante un año y medio estuve en esa especie de “loquero”, de 8 a 15. Allí nunca hablé con nadie, no tenía ganas, estaba totalmente ido, drogado.
Al año y medio mi madre le dijo al jefe de psiquiatría que me iba a sacar de ahí y él le dijo que si lo hacía me iba a suicidar. De más está decirles que estoy vivito y coleando. En fin, me costó como un año más volver a “insertarme” en la sociedad. Desde entonces me dije a mí mismo que del tema gay no hablaba más.
Ya tenía 23 años y todavía no había besado a ningún ser vivo, así que empecé a salir con mujeres y volví a jugar al rugby. Llegué incluso a la primera en el club Cuba. Durante 10 años más mi vida siguió entre buenos momentos, miedos, secretos, angustia, etc.
Tuve varias novias y además conocí un montón de prostíbulos tratando de sacarme de la cabeza el pensamiento “taladro” de: “Sos gay, sos gay”. Además, me decía a mí para convencerme: “Si estoy con minas, cómo voy a ser gay”.
Finalmente, y luego de dos años de terapia, mi psicóloga me dijo un día: “Miguel, hacé lo que sea con cuidado fuera de tu casa porque sino te vas a enloquecer”.
Fue escuchar esas palabras y luego de 19 años de torturarme fui al boliche gay y nunca más me sentí culpable. Cuando a mis 34 años salí del clóset fue como un chico al que lo dejan salir a jugar. Me sentía feliz.
Tiempo después, me enamoré de un chico y, para poder vivir en libertad mi homosexualidad, decidí irme a EEUU. Para mucha gente, me iba a estudiar. Antes de irme se lo conté a mi hermana y le pedí que ella se lo contara a mi vieja y a mi otra hermana. Me quedó mi hermano, porque no se animaba. Al final un día él me llamó llorando cuando se enteró; me dijo: “Lloro por todo lo que tuviste que pasar ese tiempo y yo sin poder ayudarte”.
A mi papá se lo dije mucho después. Como ellos están separados no se enteró. Cuando se lo dije se quedó mudo al teléfono. “Otro día hablaremos”, dijo y me cortó. Fue la única vez en la vida que lo noté afectado por algo, estaba como llorando. En una charla posterior me dijo que se sentía muy culpable. “Fui un padre tan ausente”, me dijo. Le respondí que sí, que había sido el número uno en ausencia, pero que no era por eso que me gustaban los varones. Que no se echara culpas.
Hoy toda la familia me acepta y me quiere como soy. Vivo acá, en la Argentina. No hay nada de lo que huir.
Nadie elige ser gay. Si, no vivir una mentira.
Saludos, Miguel