Había en muchas estaciones –como en la de Belgrano R–, regentas cuyo título no estaba dado por su pertenencia a un estrato social superi...
Otras más lujosas pertenecían al circuito VIP de la avenida Santa Fe –de Pueyrredón a Plaza San Martín–, o de Florida, desde el Garden a la Richmond. En estos circuitos, un chico venido de los barrios podía atraer la atención de algún señor con cierta clase que, casi siempre, se retrasaba en los espejos, acomodándose la corbata y mirando al joven de reojo. Con suerte, la aventura podía terminar en un departamento del Barrio Norte y ser el inicio de una relación de amantes o de servicios rentados esporádicos.
En los baños de las estaciones de tren, más proclives al coito, y sobre todo en sus adyacencias ociosas, se instauraban redes humanas inestables. Al amparo del buen aire de los andenes se habían formado algunos círculos sociales entre habitúes de varias edades y clases sociales, ya cansados de hacer cruzas entre ellos. Mientras esperaban la llegada de clientes nuevos, intercambiaban bromas, datos y consejos. Se conocían los nombres o se inventaban apodos. Y, si bien nada los unía, más allá de esas rutinas de las estaciones, su solidaridad era similar a la de un grupo organizado que comparte un oficio y una experiencia determinada, y en el que a veces surgían caudillos.
Así como se formaban espontáneamente, algunas de esas redes de habitués ponían en funcionamiento cierto orden de jerarquías. Había en muchas estaciones –como en la de Belgrano R–, regentas cuyo título no estaba dado por su pertenencia a un estrato social superior ni por la simulación de esa pertenencia. Tampoco por la belleza. Su origen era producto de una audacia particular que se tenía en forma innata o se adquiría en el yiro de los andenes. La Lisette del graffiti, aquella “ama y generala de las teteras”, por ejemplo, había logrado hacerse de un derecho de feudo gracias a su arrebatadora presencia –su sobre-actuación– y al dominio que ejercía sobre los asustados participantes, que por su culpa a menudo escapaban de los baños como ratas.
Cuenta La Richard: “Como la mayoría de las regentas, La Lisette era inteligente, creativo, mentiroso y autoritario. Creativo con los graffiti, ingenioso y venenoso con la lengua. Mentía en cosas ridículas. Por ejemplo, una vez contó que había conocido a un chongo superdotado, que lo había invitado a su mansión y que todo el piso del salón, que tenía como veinte metros, estaba hecho de una sola pieza de mármol. Todos fingíamos creerle, porque de otra manera empezaba a los gritos y los golpes. Cuando entraba a la tetera alguien que le desagradaba –por algún motivo o sin motivo–, lo sacaba a empujones.
Todos teníamos más o menos la misma edad. Quizás alguno pasaba los treinta, pero viejos no permitíamos, y hasta los hostigábamos en aquellos baños. En eso éramos muy de segregar. Estaba La Pingüino, La Betty Boop (que tenía la costumbre de pegar grititos, de ahí le quedó el nombre). Tiempo después me invitaron a una fiesta en un piso paquetísimo, frente al Círculo Militar, y de pronto me presentan al dueño de casa... era nada menos que la Betty Boop. Me pidió que no hablase de las teteras, porque ahí iba a ser un quemo.
A La Lisette la vi por última vez en una especie de taller de costura del barrio de Once, donde hacían trajes para vedettes, espaldares de plumas. Me dijo que estaban confeccionándole el vestuario para su debut como estrella principal de una obra de teatro. Otra mentira”.
Flavio Rapisardi.
(Es activista gay, uno de los autores de la Ley de Unión Civil, ex pareja de Carlos Jáuregui y candidato a diputado por el Partido Comunista)