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Quien es quien en la cultura gay?

Por Ale K - Resulta cuestionable referirse a la cultura gay, o queer, primero porque no es homogénea, y segundo porque está imbricada en ...

Por Ale K - Resulta cuestionable referirse a la cultura gay, o queer, primero porque no es homogénea, y segundo porque está imbricada en un proceso que la rebasa -ya que componentes homoeróticos traicionan la expresión o acusan la práctica de muchos que sin embargo no reconocerían como propia la etiqueta de gay u homosexual.

Pero evoco sus dos grandes figuras durante las últimas décadas. Estas son:
a) el travesti y la "loca", de un costado, con modales discretos o caricaturescos, reconocibles como afeminados, y 
b) el homosexual supermacho, de bigotes, pelo más o menos rapado, que "hace fierros" -se ejercita con pesas- para desarrollar un contorno musculoso que luce a través de ropa superjusta, atlética.

Estos dos exponentes apuntalan los polos debilitados del hombre y de la mujer tradicionales. Su empresa es heroica: se distinguen del conjunto de la población al defender, contra viento y marea, algo que está en vías de desaparecer. El gesto que encarna una u otra de estas dos figuras se vuelve nostálgico, restaurador, "retro". Al enfatizar lo femenino o lo masculino, al crear mascarones de uno u otro polo, contrasta con la evidencia de que estos polos van borrándose a partir de otras tendencias minoritarias.

Podría afirmarse que el homosexual, en tanto exhibe y sostiene estos iconos tradicionales, retarda su disolución, y lo mismo se vuelve el emblema de algo que se disuelve.
Néstor Perlongher, en "La desaparición de la homosexualidad", traza un ciclo de historia homoerótica, un período de alrededor de cien años, desde que un médico húngaro, Benkert, en 1869, inventa el término homosexual como mención de una patología, hasta que, en años recientes, los estragos del SIDA despueblan los ghettos gay de las ciudades de Occidente. Entretanto, surgidos con gran fanfarria en los años sesenta de este siglo, sobre todo después de 1969 y el episodio de Stonewall, los movimientos de liberación homosexual se apagan hoy, ya que la etiqueta parece privada del impulso renovador que la caracterizó pocos años antes.

El homosexual supermacho, de bigotes,
pelo más o menos rapado, que "hace fierros"
-se ejercita con pesas- para desarrollar
un contorno musculoso
que luce a través de ropa superjusta, atlética.
Su interés, como el de otros movimientos, estaría agotado en tanto su salir a la luz ya tuvo lugar, en tanto la liberación alcanzó un cierto éxito. El SIDA no sería sino un ingrediente más en el desvanecerse del homoerotismo como movimiento escandaloso, amenazador para el consenso.
Lo que se manifiesta hoy sería más bien la tentativa del homosexual a integrarse, fijado en una imagen tranquilizadora, al conjunto de la comunidad. Los travestis constituyen un grupo asimilado al ejercicio de la prostitución, mientras los gay "masculinos", más papistas que el papa, o más conservadores en su imagen que los heteros, se funden, ya sea en el barrio como en el trabajo, con el conjunto de las personas respetables.

La figura de la "loca", en el contexto rioplatense, está representada por Molina, el protagonista de una novela de Manuel Puig, "El beso de la mujer araña". Si bien esta obra apareció en 1976, después del estallido y despliegue de los movimientos de liberación, y a pesar de que entonces ya estaba en boga el ejemplar de gay supermacho, el personaje de Molina corresponde a una estructura más antigua, incrustada en otras décadas, la del gay que habla en femenino, que se refiere a sí mismo como si fuera una mujer, el gay "clásico" y trágico, destinado a enamorarse de un hombre "verdadero", un heterosexual quien, dado que prefiere "de verdad" a las mujeres, no podrá amar a la loca, sino que la utiliza.

Ciertos homosexuales se abocan a construir los polos de los géneros tal cual existían, o se supone que existían, en el pasado. Arrastrados por esta aventura, los travestis moldean el cuerpo mediante inyecciones y prótesis, o con rellenos (falsies). Comprometen, en mayor o menor medida, el físico, según el verso de Delmira Agustini: "Y yo parezco ofrecerle/ todo el vaso de mi cuerpo". Pagan con carne el ensamblaje artificial de un cuerpo de mujer o supermujer. Son las vestales de un fuego casi extinguido, perfeccionistas en un arte que, como el cultivo de una pura esencia, ya está siendo olvidado por las mujeres mismas.
La figura de la "loca", en el contexto rioplatense,
está representada por Molina,
el protagonista de una novela de Manuel Puig,
"El beso de la mujer araña"




Cabe constatar sin embargo una disociación entre la imagen creada (supermujer) y el rol que desempeñan los travestis en relación a sus clientes. Con frecuencia, si no en todos los casos, se les pide que posean a los hombres que les pagan. Estos supuestos heterosexuales, a veces casados, buscan la experiencia contraria a la que cumplen en su hogar o en la vida común. Demandan que el travesti les proporcione la ocasión exótica de ser penetrados. Les fascina el pene del travesti envuelto en la apariencia de una mujer.

A ese rol se inmolan. Es una apuesta fuerte, y si en los años jóvenes lucran prostituyéndose, me pregunto qué les sucede cuando pasan a maduros o viejos. Otras elecciones pueden variar por un corte de pelo o un cambio de ropa. Pero el travesti que esculpe el cuerpo -pone el cuerpo- con las formas que supone deseables es difícil que pueda echarse atrás. Sacrifica la vida a una noción de estilo que no responde a una creación original: es el calco de un modelo recibido, un diseño de la moda que produce el aspecto de la mujer.

Ale K

* Ale K es licenciado en Psicología y Abogado (UBA), psicoanalista y coordinador de grupos de reflexión. Trabaja con pacientes HIV, con parejas y varones gays. Es comunicador radial distinguido por divulgar la cultura lgtb. Para comunicarte con él escribe un comentario a continuación o escribile a su mail.