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Violación...

La adolescencia pasó en un barrio del que nunca supe bien el nombre. Sí, quedaba claro que se dividía entre un lado y el otro lado del...



La adolescencia pasó en un barrio del que nunca supe bien el nombre. Sí, quedaba claro que se dividía entre un lado y el otro lado del puente. 

Yo estaba en medio de los dos, siempre. En el de origen porque estaban mis amigos y del otro lado porque estaba la aventura. A los quince años, para mí lo único importante era coger. No importaba con quién porque todas eran buenas posibilidades de un buen polvo asegurado. 

Las casas que estaban del otro lado, eran todas parecidas, bajitas, sin revoque, con techos de chapa; un gentío que apareció de la noche a la mañana y que llegó para quedarse y nunca más moverse de ahí.
Una noche fui del otro lado, a una fiesta que se hacía en la casa una amiga. La precariedad no era solamente edilicia, sino también moral y ética. 

Yo era el puto del barrio de “los buenos” y estaba calentísimo con los vagos del villerío.
Al ritmo de la cumbia yo no dejé de sonreír nunca. Sabía que llegaría el momento en que muy en pedo alguno querría llevarme, aunque más no sea, al costado de las vías y yo en mí hambre de ellos, no diría que no, bajo ningún punto de vista. 

Pasó, la cumbia invitaba a bailar y un balde de vino tinto, nos animaba a mirarnos, a medirnos un poco más todo el tiempo.

En un momento un flaco con cara de indio y pelos largos me hace señas con la cabeza y sale a la calle. –Vamos a casa? – dijo sin ton ni son. –Vamos respondí sin demostrar mi alegría.  Su casa era a la vuelta de la manzana de donde estábamos. Él se fue, yo esperé un ratito y lo seguí; el portón de alambre estaba abierto, su casilla al fondo del terreno también estaba abierta. Cuando entro lo veo ya sin los pantalones. Primero me decepcionó el tamaño de esa pija oscura. Él era atractivo, pero yo merecía para final de la noche un tipo que quisiera cogerme con la pija chica y yo actuar. Debí haberme ido pero me quedé. Me besó en la boca, me tocó el culo, me dijo cosas que tan sucias eran hermosas, me amenazó con llamar a amigos para divertirnos más. Admito que él le puso mucha garra, yo le seguí el juego. 

Me desnudé, me tiré sobre la cama con frazadas viejas, una cama con madera seguramente hecha por él. La casilla era grande, era invierno y hacía frío.  Primero, como antesala le chupé la pija. La pija nunca le creció, pero intentaba, hacía lo que podía, cansado de chupar, me puse en cuatro patas, él apoyó la cabeza de su verga y la metió fuerte, sin forro, ya sin beso… era malo cogiendo pero era bueno chamuyando, no dejaba de hablar y me decía y me repetía “Ahora van a venir unos amigos y te vamos a romper el culo todos” él pensaba que yo me calentaba y yo pensaba que él buscaba calentarme. 

En un momento habla un hombre del otro lado de la ventana, yo miré a mi amante con cara de “no” y respondió “Sí lo tengo acá”. L a puerta se abrió y entraron un montón de pibes, no sé seis o siete al menos.  Se acercaron a la cama y se pajeaban. Pito chico, la sacó y me la metió otro con la pija grande y otro me pasaba la verga por la cara. Se la chupé porque tuve miedo y para más miedo uno me apuntó con un arma en la cabeza, bajó por la espalda y me metió el caño del revólver en el agujero ya cogido por varios.  

Sentí cuándo y cómo cada uno acabó dentro de mí. Me acabaron en la cara, acabaron en el piso y me obligaron a juntarlo con la boca… me mearon, me escupieron hasta que uno de prepo nomás me sacó el reloj que yo llevaba puesto. Me quitaron todo y cuando amenacé con pegar un grito, mientras los sorprendí casi por gritar,  tomé valor y salí desnudo a la calle, solo el pantalón me quedó en la mano. Fui a casa de mi amiga, la fiesta había terminado. 

Conmovida me preguntó qué había pasado y yo por llorar no dije nada. No me daba la cara para contarle que la idea de todo había sido de su hermano.
Desde ese día miro distinto al otro lado del puente.


Jesús Navarro.