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Revolución masculina y bisexualidad. ?

Si consideramos las aparentes prebendas con las que cuenta el sexo masculino, algunas mujeres se asombran, de que ciertos varones mostremo...

Si consideramos las aparentes prebendas con las que cuenta el sexo masculino, algunas mujeres se asombran, de que ciertos varones mostremos insatisfacción con el papel que nos toca desempeñar:
“¿Liberarse de qué?”, “¿Más liberación?”, “¿No les parece que nos han hecho ya bastante daño apropiándose de todo cuanto hay?”. Basta hacer referencia a la insatisfacción masculina, para que algunas voces femeninas se alcen diciendo: “¿Y acaso nosotras no sufrimos?”. Nadie lo niega.

Una mujer que conocí no hace mucho, era incapaz de sostener una conversación con un hombre sin esgrimir alguna consigna anti masculina. Cuando pude expresarle mis opiniones frente a los problemas que debemos enfrentar los varones, me echó la culpa de las paupérrimas condiciones laborales a las cuales eran sometidas las mujeres durante la revolución industrial. Cuando le repliqué que yo todavía no había nacido en aquella época, se levantó furiosa y se fue, sin antes hacerme personalmente responsable por la explotación que el señor feudal ejercía sobre las siervas de la gleba (obviamente, no sobre los siervos).

¿Por qué se subestima el sufrimiento masculino? ¿De dónde viene esa extraña mezcla de asombro e incredulidad cuando un varón se queja de su papel social? Se da por sentado que las supuestas ventajas de las que goza el hombre son incuestionables, y por lo tanto, cualquier queja al respecto debería ser considerada como una prueba más del afán acaparador y de la ambición desmedida que lo ha
caracterizado. “¿Cómo es posible que quieran más?”. La respuesta es sencilla: queremos menos. Desde la perspectiva de la nueva masculinidad, las pretendidas reivindicaciones y ganancias del poder masculino machista son un verdadero encarte.

El nuevo varón quiere estar acorde con un despertar espiritual del cual se ha rezagado considerablemente, desea menos capacidad de trabajo, más afecto, más acercamiento con sus hijos y más derecho al ocio. Ya no quiere estar aferrado a los viejos valores verticalistas que fundamentaron la sociedad patriarcal. El nuevo varón está cansado de ostentar un reinado absurdo y esclavizante, tan envidiado por las feministas de primera y segunda generación. Al nuevo varón no lo inquietan los míticos ideales.


A todas aquellas que nos odian por ser portadores del éxito, poder, fuerza, autocontrol, eficiencia, competitividad, insensibilidad y agresión. Les regalamos el botín y deponemos las armas: no nos interesan.


La verdadera revolución del varón, más que política, es psicológica y afectiva. Es la conquista de la libertad interior y el desprendimiento de las antiguas señales ficticias de seguridad. Tal como dice el refrán: “No es rico el que más tiene, sino quien menos necesita”.  Y los hombres debemos reconocerlo: hemos necesitado de demasiadas cosas inútiles para sobrevivir.


La nueva masculinidad no quiere quedar atrapada en la herencia salvaje y simiesca que tanto aplaude y festeja la cultura. Tampoco desea reprimir o negar la propia biología, sino superarla, transformarla e integrarla a un crecimiento más trascendente. El estereotipo tradicional del varón lo ha mantenido atado al patrón biológico, fomentando y exagerando, directa o soterradamente, un sinnúmero de atributos primitivos que ya han perdido toda funcionalidad adaptativa. En la moderna jungla de asfalto, “valores” como la fuerza física, la valentía, la violación y la agresión física, sólo para citar algunos, ya no definen al más apto. En este sentido, pienso que las mujeres han logrado independizarse mucho más que nosotros de los viejos arquetipos.

Insisto: la idea no es suprimir nuestras raíces, ni reprimir las expresiones naturales que surgen de las
mismas, sino cortar aquellos lastres disfuncionales que nos impiden avanzar hacia una nueva existencia. Es imprescindible desbloquear el estancamiento evolutivo en el que nos encontramos. Ni la cruel genética determinista ni el ingenuo ambientalismo relativista: independencia y evolución. Dos claves, dos premisas, dos banderas.

Daniel Baños