El antiguo corredor de regocijo porteño, configurado a principios del siglo XX a largo de la Costanera Sur y del que las Nereidas de ...
El antiguo corredor de regocijo porteño, configurado a principios del siglo XX a largo de la Costanera Sur y del que las Nereidas de Lola Mora es solo el más famoso e intacto de los rastros, tiene ahora de vecinos inmediatos el lujo de Puerto Madero y la miseria de la Villa Rodrigo Bueno, al lado de lo que era antes la Ciudad Deportiva. Por ahí estacionan, también, los camiones del Mercosur.
El neoliberalismo impuso una geografía de fiordos urbanos, cortes abruptos y continuos entre familias bien y mayorías indeseables. El paisaje de Buenos Aires ha ido variando, y los que son del afuera social –malandras, villeros, maricas, travestis y economía informal– son ahora la vida del adentro; la anomalía que sin embargo es norma. Ahumada por los chorizos al paso, paseo de familias de barrio constituidas como Bergoglio manda, dormitorio de cartoneros, despensa nocturna de travestis y revuelo de camiones, la Costanera Sur se yergue como zona de alegría, a la vez que zona de desastre.
Los bolsones de riqueza quisieran evitar el mal de ojo que les provocan los pobres o los grasas, y las nuevas fortalezas hipermodernas de Puerto Madero parecen viejas paquetas que entreabren la cortina para espiar desde el piso treinta el universo cumbianchero de los bajos fondos, el divagar policlasista de las locas en la Reserva.
Eduardo T