Marcos L | Parece que el malentendido empezó hace ya muchos siglos por obra de un patriarca que habrÃa inventado el concepto de pecado s...
Marcos L | Parece que el malentendido empezó hace ya muchos siglos por obra de un patriarca que habrÃa inventado el concepto de pecado sexual, con el fin, entre otras cosas de controlar a las mujeres. El concepto de pecado hizo posible la creación de dos roles diferentes: de mujer, el ángel y la prostituta. Es decir, una sirvienta en casa y una cortesana afuera para divertirse. Y, desde entonces, el ‘peso moral’ del sexo fue descargado exclusivamente sobre las mujeres, o quien como las mujeres es penetrado, como los llamados homosexuales pasivos.
Extrañamente, alguien un dÃa decidió que la penetración era degradante, vaya uno a saber por qué. El falo tenÃa para estos extraños moralistas, un sentido colonizador y no de simple cómplice del placer. Que ese peso moral fue siempre descargado sobre la espalda de las mujeres es un hecho ya sabido que no precisa explicaciones, y el lenguaje cotidiano lo confirma continuamente. No recuerdo haber oÃdo decir que un hombre era ‘promiscuo’ como un factor degradante. Se decÃa siempre que un varón que tenÃa actividad sexual con muchas mujeres era un ‘homme à femmes’, expresión simpática y para nada negativa.
En cambio ‘mujer promiscua’ querÃa decir una cosa mala.Significaba un desprecio, una condena, una crucifixión, o por lo menos una degradación. Ese adjetivo lograba incluso un efecto perverso: volvÃa a la mujer ‘promiscua’ menos deseable sexualmente. Creo que la cumbre de esta operación represiva del lenguaje fue alcanzado por los periodistas norteamericanos que en los años 50 popularizaron el vocablo ‘nynphomaniac’. ¿Qué era una ‘nynphomaniac’? Una mujer que tenÃa necesidad de actividad sexual y que osaba buscarla. Eso era todo, si se lo analiza hoy, pero en esa época implica un desdén y un rechazo cercanos al asco fÃsico. El vocablo, en efecto, dejaba entrever otras motivaciones, como posibles disfunciones genéticas e inclusive una sombra de locura. En cambio la contrapartida masculina de la pobre ‘nynphomaniac’ parece que no existió. Un hombre de buena salud que tenÃa necesidad de sexo y lo buscaba era llamado ‘stallone’, una palabra laudatoria y graciosa.
Pero volvamos a la homosexualidad. Desde el momento en que aquel hipotético patriarca creó el concepto del pecado sexual, del sexo como manifestación demonÃaca (cuando no neutralizada por ciertos ritos de brujerÃa), se pasó a dar inevitablemente importancia al sexo.Trascendencia, significados ocultos, peso moral: he aquà el malentendido peligroso, porque incluso los menos reaccionarios, al negar el componente demonÃaco de la sexualidad entraban en la dialéctica de los grandes significados y terminaban olvidando la caracterÃstica más determinante del sexo, que es precisamente su no pertenencia a la esfera moral. Una vez establecido la artificial trascendencia de la vida sexual se volvÃa importante, significativa, cualquier elección sexual. Y se establecÃan asà los roles sexuales. Penetrar y ser penetrado. Vale decir, para lograr una identidad a través del sexo.
Sin esta presión de la sociedad para adoptar una identidad a través del sexo. Sin esta presión de la sociedad para adoptar una máscara sexual ya en tierna edad, la elección serÃa una operación muy distinta de la que todos nosotros hemos experimentado. La dramática elección entre una cosa y la otra era exasperada además por el hecho de que la masculinidad era identificada con el concepto de dominación y la feminidad con el de sumisión. La sodomÃa.
De cualquier manera, pienso que es imposible prever un mundo sin represión sexual. Me esfuerzo en imaginar como resultado una gran disminución de la llamada homosexualidad exclusiva y una gigantesca disminución de la llamada heterosexualidad exclusiva. Y nada de esto tendrÃa ninguna importancia: todos estarÃan demasiado empeñados en su propio goce para preocuparse en contabilizarlo. Por eso, yo admiro y respeto la obra de los grupos de liberación gay, pero veo en ellos el peligro de adoptar, de reivindicar la identidad ‘homosexual’ como un hecho natural, cuando en cambio no es otra cosa que un producto histórico-cultural, tan represivo como la condición heterosexual. La formación de un gueto más no creo que sea la solución, cuando lo que se busca es la integración. Y por esto me parece necesaria una posición más radical, si bien utópica: abolir inclusive las dos categorÃas, hetero y homo, para poder finalmente entrar en el ámbito de la sexualidad libre.
En cambio ‘mujer promiscua’ querÃa decir una cosa mala.Significaba un desprecio, una condena, una crucifixión, o por lo menos una degradación. Ese adjetivo lograba incluso un efecto perverso: volvÃa a la mujer ‘promiscua’ menos deseable sexualmente. Creo que la cumbre de esta operación represiva del lenguaje fue alcanzado por los periodistas norteamericanos que en los años 50 popularizaron el vocablo ‘nynphomaniac’. ¿Qué era una ‘nynphomaniac’? Una mujer que tenÃa necesidad de actividad sexual y que osaba buscarla. Eso era todo, si se lo analiza hoy, pero en esa época implica un desdén y un rechazo cercanos al asco fÃsico. El vocablo, en efecto, dejaba entrever otras motivaciones, como posibles disfunciones genéticas e inclusive una sombra de locura. En cambio la contrapartida masculina de la pobre ‘nynphomaniac’ parece que no existió. Un hombre de buena salud que tenÃa necesidad de sexo y lo buscaba era llamado ‘stallone’, una palabra laudatoria y graciosa.
La dramática elección entre una cosa y la otra era exasperada además por el hecho de que la masculinidad era identificada con el concepto de dominación y la feminidad con el de sumisión. La sodomÃa. |
Pero volvamos a la homosexualidad. Desde el momento en que aquel hipotético patriarca creó el concepto del pecado sexual, del sexo como manifestación demonÃaca (cuando no neutralizada por ciertos ritos de brujerÃa), se pasó a dar inevitablemente importancia al sexo.Trascendencia, significados ocultos, peso moral: he aquà el malentendido peligroso, porque incluso los menos reaccionarios, al negar el componente demonÃaco de la sexualidad entraban en la dialéctica de los grandes significados y terminaban olvidando la caracterÃstica más determinante del sexo, que es precisamente su no pertenencia a la esfera moral. Una vez establecido la artificial trascendencia de la vida sexual se volvÃa importante, significativa, cualquier elección sexual. Y se establecÃan asà los roles sexuales. Penetrar y ser penetrado. Vale decir, para lograr una identidad a través del sexo.
La masculinidad era identificada
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De cualquier manera, pienso que es imposible prever un mundo sin represión sexual. Me esfuerzo en imaginar como resultado una gran disminución de la llamada homosexualidad exclusiva y una gigantesca disminución de la llamada heterosexualidad exclusiva. Y nada de esto tendrÃa ninguna importancia: todos estarÃan demasiado empeñados en su propio goce para preocuparse en contabilizarlo. Por eso, yo admiro y respeto la obra de los grupos de liberación gay, pero veo en ellos el peligro de adoptar, de reivindicar la identidad ‘homosexual’ como un hecho natural, cuando en cambio no es otra cosa que un producto histórico-cultural, tan represivo como la condición heterosexual. La formación de un gueto más no creo que sea la solución, cuando lo que se busca es la integración. Y por esto me parece necesaria una posición más radical, si bien utópica: abolir inclusive las dos categorÃas, hetero y homo, para poder finalmente entrar en el ámbito de la sexualidad libre.
Dicho de otra manera: ¿a cuantos nos ha pasado que se nos presentan como activos en Grindr y terminan tirándose boca arriba en la cama, para que "el pasivo" en cuestión termine haciendo todo?