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En los '70 las partys seguian en la comisaría.

No siempre los privilegios de clase alcanzan para sustraerse al castigo. Mientras La Chiquita ha sufrido el hostigamiento policial en la te...


No siempre los privilegios de clase alcanzan para sustraerse al castigo. Mientras La Chiquita ha sufrido el hostigamiento policial en la tetera de Belgrano “R”.

Un Bunge deberá dar explicaciones en una comisaría sobre las razones y los detalles de una fiesta de varones que organizó un sábado de 1977 en su casa del Barrio Norte: “Yo salía con un chico pintor exquisito llamado Manuel C., que era amigo de este Bunge, - cuenta Chiquita- dueño él de la segunda planta de una de esas casas viejas de doble entrada, que sólo usaba para hacer fiestas".

En la planta de abajo vivía una señora, que ya le había advertido a Bunge que no iba a tolerar más reuniones de esa clase. Fui, entonces, a una fiesta de Bunge, a la una de la madrugada. La puerta estaba abierta; subo la escalera y me encuentro en una joda selecta y fabulosa. Estaba el que había sido director del Di Tella –su nombre no lo recuerdo–, una modelo muy conocida y exótica, La Negra Alá y su hermano Antoine. Cachorro A. hacía de anfitrión; él era la pareja de Bunge, que todavía no había llegado de un partido de bridge.

Además, había dos chicos, Mario y Horacio, que trabajaban en Cancillería, y que estaban por viajar, uno a Tailandia y otro a Chile, donde habían sido destinados como personal de embajada. Ahora son cónsules.

Éramos más de sesenta varones y apenas cinco mujeres, conversando y bailando con música de Gloria Gaynor, algunos en los rincones con su porro. Yo hablaba con un americano que estaba encantado con la reunión. De pronto veo aparecer en la penumbra a un policía uniformado con una ametralladora, y detrás de él otro, y detrás otro. La gente todavía no reaccionaba, Gloria Gaynor seguía cantando y los diez canas eran como una aparición en el decorado a la que nadie terminaba de prestar atención.



Le digo al norteamericano que seguía con la charla: John, la policía. El tipo no lo podía creer. Con Antoine nos asomamos al balcón y vimos varios patrulleros que habían cortado la calle. Oímos a Cachorro, que estaba peleando con un policía. En la bragueta llevaba colgada una frutilla de no sé qué material. Se hizo cargo de la situación, a pesar de la frutilla, con ese tono de superioridad al que estaba habituado y que era su rasgo de clase.

Nos subieron a un celular, y Cachorro gritaba: Qué fantástico, chicos, el party sigue en la comisaría. Nos empujaron a una especie de cancha de básquet. Y viene el comisario, que se había tenido que levantar de la cama, porque sus subalternos no sabían bien qué hacer, delante de semejantes locas paquetas que los trataban como a las mucamas.

Con el interrogatorio se les creó una situación muy inquietante. Primero lo típico: el documento, el domicilio. Pero después venía la pregunta sobre los oficios y las profesiones. Ahí uno contestaba: Vivo de rentas. Y otro: Soy estanciero. Y otros: Funcionario de la Cancillería.

Los futuros cónsules eran los más asustados, porque temían por su carrera. Esta suma de grandes oficios fue lo que nos salvó de salir en Crónica al día siguiente. Al rato llegó Bunge, enojadísimo con el oficial del operativo. Ahí se enteró de que la denuncia la había presentado su vecina, que esa vez no se dejó seducir, como en otras fiestas, por unas botellas de champagne”.

Extracto de "Los gay de los 70" de  Mariano Bunge Korn y Lautaro Anchorena